Mientras en el mundo entero se alertaba sobre las consecuencias del cambio climático y reclamaban que nuestra calidad de vida es más importante que los negocios, en nuestro deforestado Paraguay, unos estudiantes alquilaron un helicóptero para que una nena pueda dar un paseo. Gastaron 800 dólares en esa macanada, mientras los bomberos, que luchan contra el fuego en el Chaco, claman por mejor asistencia.
Pero no todo está perdido. Un grupo de jóvenes paraguayos se unieron también a la protesta mundial y marcharon con sus carteles, y aunque no eran muchos, es suficiente para sentir algún alivio.
Pasa que nuestros problemas locales no nos permiten levantar la cabeza y ver un poco más allá de nuestra horripilante realidad. No es que el cambio climático no nos afecte, estamos igual o más que jodidos que el resto del planeta, pero es que el país tiene tantas carencias, que es difícil saber por dónde empezar.
Nuestros estudiantes no pueden ocuparse del suicidio ambiental al que nos están conduciendo los que solo piensan en ganar más y más plata, porque ellos tienen que reclamar por la educación, por la seguridad, por el almuerzo escolar, entre otras reivindicaciones.
Acá en el Paraguay del siglo XXI, los chicos y las chicas se ven obligados a manifestarse en las calles y a tomar colegios porque no tienen maestros ni infraestructura, ni laboratorios, ni bibliotecas, y además se les caen los techos sobre sus cabezas. Con la excepción de los colegios que son superecológicos, pero no por decisión propia, sino porque ni siquiera tienen un techo que a los alumnos se les caiga sobre sus cabezas, porque dan clases bajo la fresca sombra de algún añoso árbol de mango.
No todos los estudiantes llegan al colegio en un helicóptero, ni sus papás bloquean el tráfico cuando estacionan enfrente mismo de la puerta de sus aulas.
La gran mayoría camina (algunos muchos kilómetros en sus comunidades) y otros tienen que aguantar todos los días a los choferes de ómnibus que los ignoran y no quieren aceptar el boleto estudiantil.
En Paraguay no solo queman todos nuestros bosques, sino que las autoridades no son capaces de ocuparse de nuestro bienestar; ahí tienen, por ejemplo, el puto caos del tránsito. Lleno de autos, un sistema de transporte obsoleto, manejado por los empresarios del transporte que le imponen al Gobierno lo que ellos quieren. Cuando quieren más, solo tienen que hacer un berrinche y de manera rápida les dan más subsidios. Los usuarios mientras tanto siguen soportando el pésimo servicio.
Estamos acostumbrados en estos tiempos en que –supuestamente– mandan las endiosadas redes sociales, a opinar sobre cualquier tema y llamar a la revolución desde la comodidad de un teclado. “Cuidemos el planeta, es el único donde hay cerveza”, y “cuidemos el planeta, es el único donde vive Roque”, dicen nuestros graciosísimos memes, pero la verdad es que no cuidamos el planeta.
Los grandes destructores lo hacen por plata, y nosotros les ayudamos no haciendo nada al respecto; porque aquí van algunos ejemplos: jamás compartís tu auto, que contamina más que un ómnibus, nunca se te ocurre compartir el auto con tu vecino que trabaja a dos cuadras de tu oficina; llevás 800 bolsas de plástico del súper, jamás reciclás, no separás tu basura orgánica, tirás tu botellita de plástico por la ventanilla, y todo eso sin mencionar que odiás a los árboles, hasta el día en que necesitás una sombrita para estacionar tu auto.
El Chaco está en llamas, pero nadie se anima a suspender el rally; el país se queda sin bosques, pero la gente habla de mandarinas. Meteorito, vení nomás ya, es difícil que alguna vez tengamos un país decente, con estado de derecho, políticas públicas y gobernantes honestos que hagan su trabajo.