El escrito en que el profesional hace su descargo va adjunto de fotos de las lesiones que contaban los convictos. “Me tocó examinar a treinta fugados, recapturados en procedimientos policiales en los alrededores del instituto penal, y, los que he visto como profesional forense inducen, no solo a asolar la conciencia humana de uno, sino a sentir profunda vergüenza de la capacidad operativa de la estructura humana encargada de la seguridad del penal de Misiones”, afirma el forense.
Su denuncia prosigue: “Cada recapturado que he examinado estaba convertido en un despojo humano, reventado por los golpes recibidos de terceros, con el rostro tumefacto, pómulos, orejas y cuero cabelludo reventados, todas las áreas del cuerpo y segmentos corporales atiborrados de hematomas, equimosis, tumefacciones y heridas. Cada uno fue reventado con azotes, cachiporras, varas y hasta culatazos y, de las lesiones visibles sumaban en promedio más de treinta en cada uno de esos infelices”.
También resalta que “alguna vez los paraguayos hemos sido testigos del accionar inmisericorde de verdaderos energúmenos, engendros con preseas de oficiales militares y policiales que se solazaban torturando a inocentes, dejándolos lisiados y muertos. Ocurría en la dictadura y ocurría en las tristemente célebres mazmorras de Abraham Cué. Hoy, inmersos los paraguayos en un sistema propio de un estado de derecho, me cuesta admitir que tales monstruos podrían pervivir en filas de la fuerza de seguridad del penal de Misiones”. Además, indicó que la versión de las autoridades sobre estás lesiones eran que los internos la sufrieron al saltar los muros del penal, corrida en los bosques y otros, pero que “las lesiones eran evidentemente cometidas por un tercero”.