27 abr. 2024

María Zambrano, la filósofa del exilio

María Gloria Báez

La filósofa María Zambrano (1904-1991) es una de las más destacadas intelectuales españolas del siglo XX. Perteneciente a la generación del 27; discípula de José Ortega y Gasset (1883-1955), Xavier Zubiri (1898-1983) y Manuel García Morente (1886-1942), fue profesora de la Universidad de Madrid en la década de 1930 y se unió a la diáspora de los republicanos.

Ella representa una voz única que se relaciona con algunos de los problemas fundamentales de nuestro tiempo. Su vida, como la de sus contemporáneos Benjamin, Husserl, Arendt, Patoka, Adorno, Lacan, Derrida y Blumenberg, estuvo marcada por la crisis de la modernidad que culminó en las dos guerras mundiales. Su obra forma parte de los mismos debates, corrientes y problemas filosóficos que afronta la Europa de ese tiempo.

Filósofa heterodoxa quien concibió su papel como la de un agente de cambio ético. Buscó reconciliar la filosofía y la poesía, escribió además ensayos filosóficos, una memoria, obras de teatro, poesía, reseñas literarias y de arte. Tras la relativa oscuridad de su vida en el exilio, su genio empezó a ser reconocido en la década de los ochenta, pero sigue siendo poco conocida fuera del mundo hispanohablante.

Este año, en el 30° aniversario de su muerte, recordamos a la filósofa con las palabras de su maestro, Ortega y Gasset: “María Zambrano pertenece a una generación de mujeres extraordinarias que exigieron un cambio radical en la cultura occidental del siglo XX”.

COMPROMISO INTELECTUAL

Intelectual comprometida, participó en las llamadas “misiones pedagógicas” viajando a distintos pueblos de España, con el fin de enseñar a personas sin recursos. Colaboró en revistas como La hora de España y otros proyectos similares, siempre apoyando abiertamente al Gobierno republicano que había sido elegido democráticamente.

Con el final de la Guerra Civil Española (1936-1939), Zambrano y cientos de miles de españoles que se habían opuesto a la rebelión militar que inició la guerra y permanecieron leales al Gobierno, se vieron forzados a abandonar el país. Habiendo permanecido más de cuarenta años fuera de su amada patria, regresa en 1984. En los años intermedios, vivió en Puerto Rico, México y Cuba; luego en París, Roma y Ginebra. Durante todo ese tiempo, experimentó dificultades económicas, demostradas en numerosas cartas intercambiadas con amistades y otros intelectuales. En ellas, encontramos la historia de esos años, así como una muestra de lo que debieron haber pasado todos aquellos intelectuales despatriados que tuvieron que salir de España.

A su regreso, su labor intelectual comienza a ser reconocida en España; la filósofa fue galardonada con el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades en 1981; nombrada doctora honoris causa por la Universidad de Málaga, 1982. En 1987 se crea la Fundación en Vélez-Málaga que lleva su nombre. En 1988, se convierte en la primera mujer en recibir el prestigioso Premio de Literatura Española Miguel de Cervantes.

Desarrolló una filosofía que combina el existencialismo con la tradición clásica. Para Zambrano, hay una actitud filosófica, que se crea en el hombre cuando se pregunta algo por la ignorancia; y la actitud poética, que es la respuesta, la calma y en la que una vez descifrada encontramos el sentido a todo. En esta razón poética, es por la cual los seres humanos son capaces de mirar alrededor y analizar el mundo, pero no se observan a sí mismos.

La crisis existencial en la que se centra, el deseo de ser comprendida, está ligada al momento histórico de la filósofa, quien, durante el exilio, produjo la mayor cantidad de obras: El pensamiento vivo de Séneca(1941), Delirio y destino (escrito en 1953 y publicado en 1989), El hombre y lo divino (1ª edición: 1955. 2ª, aumentada: 1973) o Claros del bosque (1977), por mencionar algunas.

En un artículo escrito ya en España, confiesa: “No puedo imaginar mi vida sin el exilio que he vivido. El exilio ha sido como mi país, o como una dimensión de un país desconocido, pero una vez que te das cuenta de esto, se vuelve ineludible”.

LA VISIÓN DEL EXILIO

Los largos años que pasó María Zambrano fuera de su patria no solo marcaron su vida personal, sino que —como se señaló anteriormente— trascendieron su propio pensamiento. Quizás esto es lo que le da tanta singularidad, el hecho de que muchas de sus reflexiones filosóficas se construyan a partir de las vivencias particulares. Por tanto, la experiencia de ser una exiliada marcó profundamente su forma de hacer filosofía.

Un ejemplo es su obra Los bienaventurados (1979), ensayo que parte de esta experiencia para generar pensamiento. En esta obra, Zambrano expone sobre quienes sufren a causa del exilio, el cual confiere revelaciones, visiones que no se pueden analizar, lo que dificulta traducir esta experiencia. Entonces, ¿cómo se convierte una experiencia en teoría cuando no se puede analizar? ¿Cómo teorizar sobre el exilio si, además, se considera que no todas las vivencias son iguales?

En Los bienaventurados, Zambrano tiene en cuenta esta diversidad y aporta notables diferencias entre los desterrados, refugiados y exiliados. Mientras el refugiado se siente acogido por el nuevo país al que se dirige y el desterrado siente la expulsión, el exiliado siente el abandono, algo que no ocurre a los otros dos. Ella llama a este sentimiento de abandono, “andar fuera de sí”. Al salir de su hogar, el exiliado “camina fuera de sí mismo”, queda atrapado fuera de lo que es esencialmente él (el lugar que era su hogar y lo había hecho humano) y que ahora, al irse a otro país, se vuelve imposible ser él. Por lo tanto, este individuo, ya no tiene un lugar en el mundo, viviendo en total impotencia (“desamparado”). “Y lo que lo caracteriza más que nada: no tener un lugar en el mundo, ni geográfico, ni social, ni político (...) ni ontológico. Ser nadie, mendigo, no ser nada. Siendo solo lo que no se puede dejar ni perder, y en el exilio más que nadie” (Zambrano, 1990). El exiliado no sabe a dónde pertenecer y trata de proyectar en la realidad la memoria del país que dejó atrás y no lo encuentra por ningún lado porque dejó de existir cuando se fue. Acosado por la ausencia, siente que el suelo bajo sus pies ha desaparecido.

En primer caso la tierra es, en el sentido literal, su país; mientras que, en sentido figurado, la tierra es el cimiento que había sostenido sus creencias. Zambrano además identifica la figura del exiliado con la del hombre contemporáneo. Mientras que el vacío del exilio es el de salir del país, el vacío que se encuentra en el corazón del hombre contemporáneo, es la falta de valores tradicionales. Son valores en los que el hombre moderno ya no puede creer; creencias que se deshacen en sus manos. Zambrano conoció una España llena de esperanzas y expectativas democráticas en la Segunda República Española que terminó en un sueño de progreso frustrado por la Guerra Civil. Ese país que ella conocía, nunca volvió a ser el mismo. No sorprenden entonces sus palabras cuando afirma que nunca, ni siquiera a su regreso, deja de sentirse exiliada.

Lo cierto es que María Zambrano empezó a ser reconocida, cuando la democracia ya estaba asentada unas dos décadas. Es a finales del siglo XX que comenzó a considerarse realmente el trabajo intelectual de esta pensadora que ha reflexionado sobre el exilio desde una perspectiva universal e inclusiva para pensar en la existencia y repercute hasta en nuestros días: “Creo que el exilio es una dimensión esencial para la vida humana, pero al decir que me arden los labios, porque desearía no haberme exiliado nunca, que todos éramos seres humanos y cósmicos, ese exilio era algo desconocido. Es una contradicción, qué puedo hacer, amo mi exilio, es porque no lo busqué, porque no fui a perseguirlo”.


Ensayos

La filósofa española María Zambrano representa una voz única, que se relaciona con algunos de los problemas fundamentales de nuestro tiempo.

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