Con miedo y sin la protección del uniforme, el cargo ni la dictadura, el hombre se volteó hacia él y lo saludó diciendo: ¿Cómo anda, mi general?, lo que dio paso a una corta y amena conversación posterior. Duarte Vera concluía de contar esa anécdota con la expresión: “¡Imanso ko ñande pueblo!”. Y tenía razón. En otros países con mayor conciencia de su propia dignidad, el resultado bien sería diferente. El paraguayo se ha convertido en buey que estira una pesada carreta llena de humillaciones, vejaciones, saqueos, violaciones y muerte que ha terminado con confraternizar con quien le produce todo eso que hasta pregunta con cortesía a su captor: Cómo le va en la vida. Los que castraron al toro para convertirlo en buey saben que el pueblo nunca reaccionará ni con ira y menos con insultos para cambiar las cosas. Este país aprendió a convivir mansamente con quienes son sus verdugos sin darse cuenta del daño que eso supone.
En la festividad de la Virgen de Caacupé, los políticos ya no quieren ir por temor a la rebelión de los mansos, que nunca ocurre en realidad. El 8 de diciembre pasado se animaron a ir dos mujeres severamente cuestionadas por la sociedad. Mientras el obispo Ricardo Valenzuela hablaba de cómo se roba en el IPS, la senadora Lilian Samaniego atendía con un cinismo absoluto para concluir aplaudiendo la crítica. A su lado, la fiscala general Sandra Quiñónez fue acusada por el clérigo de todo lo que puede cargar sobre sus espaldas por una pésima y corrupta gestión. También aplaudió y... se arrodilló. Entre el pueblo manso de la explanada habrá habido muchos que tomaron esos gestos como de arrepentimiento, reconocimiento y búsqueda de enmienda, pero nadie chifló a las dos. Saben que nada pasará. El pueblo manso habrá retornado a sus casas engañado una vez más para confirmar el grado de amaestramiento al que ha llegado. La corrupción los empobrece, pero no saben quiénes son los culpables de su pobreza, hambre y miseria. Los responsables se exhiben ante ellos y estos terminan por votarlos de nuevo en la siguiente elección. Si la dictadura los llenó de temor ante una respuesta airada, pues entonces que los revienten a los impresentables en las urnas para que aprendan. Si no lo hacen, seguirán empobreciéndolos .
Hay que dejar de ser mansos ante los saqueadores. La forma indolente con la que tratamos a los culpables de esta realidad solo los fortalece en su acción saqueadora. Hay que demostrarles hartazgo, cansancio y hastío. Esto no da más y no alcanza con que confraternicen con nosotros, en cualquier actividad social para que después, como el general Duarte Vera, se asombren de lo mansos que somos. Paraguay tiene que ponerse de pie ante este modelo que acabó por convertirse en un gran cautiverio de una nación que debe reconciliarse con la libertad y la dignidad. El corrupto debe apestar y su presencia rechazada. Mientras eso no ocurra seguirán los sermones obispales ante la mirada cínica de los corruptos y la complacencia de los mansos de ocasión.
Los bravos en las guerras contra otras naciones han mostrado el camino, pero sus descendientes temen asumir la gran confrontación contra quienes encarnan lo peor de este país, mientras celebran la mansedumbre de este pueblo saqueado. Hay que ponerse de pie de una vez por todas.