Por Miriam Morán
Son las seis de la mañana; temperatura: 4º C.; la cama calentita... El sueño profundo y placentero es abruptamente interrumpido por el despertador. No hay más remedio que salir del nido. Una gota de agua en un ojo y otra en el otro, porque ¡hace frío!
Arrancar en invierno, igual que sucede con el auto, lleva su tiempo. Recordar a los niños que viven en casas de hule y cartón y a los indígenas que están en la plaza ayuda a moverse. “Ahí sí que el frío es frío”, me digo y trato de calentar mi mente pensando en quienes son responsables de que ellos estén así. El termómetro casi explota.
La magia del microondas me devuelve a una realidad muy diferente. Tengo vergüenza de quejarme. Aguanto la temperatura y me pongo en marcha.
Ahora hay que calentar el motor del auto. Qué lástima que la máquina no piensa, porque podría hablarle de las casas de hule y cartón y de las mentiras electorales que se escuchan. No haría falta esperar para echar a andar el vehículo.
Pero dejemos de lado ese tema y vayamos a trabajar, que eso sí sabemos hacer usted y yo. ¿O no?
Pacíficamente uno va al laburo: velocidad correcta, luces encendidas, todo en orden cuando el colectivo se mete enfrente sin prender el señalero; el conductor lo detiene donde se le da la gana para alzar y bajar pasajeros. Pero mantengamos la calma, el día recién empieza.
Seguimos, escuchando música, nada de malas noticias. ¡Zas!, se armó el embotellamiento. Y todo porque un hombre al mando de una enorme 4x4 cierra la bocacalle. "¿Cómo ceder mi lugar siendo tan grande, sintiéndome tan poderoso?”, asumirá el tipo. Prepotente, diría yo.
Lo peor es que me voy acostumbrando a este ritmo desenfrenado.
Mi compañera estuvo viviendo en Alemania por seis años, volvió hace casi tres y hasta ahora tiembla cada vez que cruza una franja peatonal con un auto a la vista. Se acostumbró al respeto hacia el peatón en las calles alemanas. Eso nos hace falta: el respeto al otro (y de yapa un viaje a Alemania).
Se me ocurre que todavía hay posibilidades de cambiar esta cultura de la agresión motorizada. La perseverancia en la aplicación de las multas ya establecidas podría ser un buen incentivo para aprender las lecciones de tránsito. Antes, los zorros coimeadores deberán cambiar de profesión.
Obviamente, habrá que violar la ley del oparei, porque se persiguen las faltas por temporadas, y después se relaja todo otra vez.
Claro que las autoridades comunales harían bien en impulsar primero campañas de concienciación, porque no es del día a la noche que cambian estas malas costumbres, amparadas en la corrupción y la impunidad, que no solo son cuestiones institucionales, sino decisiones del individuo.
No se trata de descubrir la pólvora, sino de evitar que explote. Y por favor, no haga sonar la bocina al cohete, que para contaminación auditiva ya tenemos suficiente con los discursos electorales. Gracias por su comprensión.