28 mar. 2024

Lustrabotas-zapatero, el oficio que se resiste a perder su brillo

nota a lustra botas plaza de las americas Daniel Duarte_20_34879467.jpg

Los lustrabotas-zapateros forman parte del paisaje de la capital.

Arriba el cielo plomizo de estos días invernales; abajo, hileras de zapatos relucientes. El trapo, el betún, la cera y el arte de los lustrabotas de la plaza De la Libertad le devuelven el brillo a una ciudad que, poco a poco, recupera el ritmo y la vitalidad, tras estos años de cuarentenas, aislamiento social y distanciamiento físico.

Los más veteranos están hace medio siglo pasando el cepillo y la tela encerados a los calzados de los trabajadores del centro de Asunción. Evocan épocas gloriosas en que calzar unas botas o zapatos brillantes era casi una condición para ingresar a las oficinas de los entes públicos.

Esa costumbre –dicen– se perdió. La decadencia empezó hace ya un tiempo, pero no fue sino hasta hace poco –con la irrupción de la pandemia del Covid-19- que sintieron de refilón el tiro del final.

Los primeros meses pandémicos –de marzo a mayo de 2020– fueron los más duros. Ni un alma en las calles y menos en las plazas céntricas, que siempre solían estar atiborradas de gente. Hasta las palomas se habían quedado sin su ración, consistente en migajas de chipa o pan que picoteaban de los transeúntes o del algún incauto.

Las deshabitadas casillas de los lustrabotas, de los puestos de venta de ropas, bijouteries y artículos en general completaban entonces el paisaje desolado de la ciudad.

¿De qué vivieron en ese tiempo? De las ollas populares y de alguna que otra changa ocasional. Otros consiguieron Pytyvõ que apenas cubría lo básico para no perecer.

“Fue muy difícil”, rebobina José Ocampos, mientras repara sentado el taco de una bota de dama. De haber pasado varios meses de inactividad, ahora casi no le queda tiempo para hablar tanto.

Doblado sobre su objeto de trabajo, intenta no perder la concentración en su faena de pegar, moldear y casi esculpir –con unas diminutas herramientas– la base del calzado.

Los oficinistas del centro capitalino son quienes suelen dejar sus zapatos temprano y la mayoría pide que estén reparados al término de la jornada laboral.

Sus ojos verdes no le impiden que tenga vergüenza a los flashes. No quiere que se descomponga la cámara, lanza con humor cáustico. Desde los siete años –dice– trabaja en las calles asuncenas. De modo que conoce de memoria, como los trazos de la palma de su mano, los rincones del microcentro.

Víctor Quiñónez, otro antiguo lustrabotas-zapatero, observa cómo ya casi la gente no se junta en las plazas, como antes de la pandemia, formando el sempiterno círculo en torno al tereré. Los bancos están vacíos o están ocupados por una sola persona. Excepcionalmente se ve a grupos de gente en algunas de las cuatro plazas ubicadas en el corazón de la Capital.

“Antes no descansábamos acá, toda la hora trabajábamos. No había descanso: Bajaba uno, subía otro”, recuerda al señalar el pedestal del casillero, de cuyo extremo cuelga una pequeña radio que rebota ritmo de cumbia a los peatones que pasan con paso acelerado casi sin levantar la mirada.

Hoy, hay más zapatos para reparar que para lustrar

Hoy, hay más zapatos para reparar que para lustrar José, a sus 57 años de edad, sigue resistiendo en este oficio. Suscribe que de a poco están recuperando la energía de ganarse el pan diario reparando y devolviéndoles el brillo a los zapatos de la gente. “Antes venía más gente para lustrar sus zapatos, ahora son pocos, perdieron esa costumbre”, cuenta mientras arregla uno de los  varios calzados que le dejaron  clientes ocasionales, quienes retiran en el día, al salir de la oficina, o en la semana.

Hoy, hay más zapatos para reparar que para lustrar José, a sus 57 años de edad, sigue resistiendo en este oficio. Suscribe que de a poco están recuperando la energía de ganarse el pan diario reparando y devolviéndoles el brillo a los zapatos de la gente. “Antes venía más gente para lustrar sus zapatos, ahora son pocos, perdieron esa costumbre”, cuenta mientras arregla uno de los varios calzados que le dejaron clientes ocasionales, quienes retiran en el día, al salir de la oficina, o en la semana.

José, a sus 57 años de edad, sigue resistiendo en este oficio. Suscribe que de a poco están recuperando la energía de ganarse el pan diario reparando y devolviéndoles el brillo a los zapatos de la gente. “Antes venía más gente para lustrar sus zapatos, ahora son pocos, perdieron esa costumbre”, cuenta mientras arregla uno de los varios calzados que le dejaron clientes ocasionales, quienes retiran en el día, al salir de la oficina, o en la semana.

Artistas de lo efímero: Están solos rodeados de gente

Artistas de lo efímero: Están solos rodeados de gente De haber sido medio centenar en otros tiempos, hoy no pasan de 17 los lustrabotas-zapateros de la plaza De la Libertad. De haber vivido épocas en las que casi sin descanso sacaban lustre a las botas, hoy se hacen largas las horas a la espera de algún cliente. La técnica de este oficio callejero raya lo artístico, que muere con el polvo de los días o por el implacable paso del tiempo. Pasan más ratos solos, aunque en medio del murmullo de la ciudad.

Artistas de lo efímero: Están solos rodeados de gente De haber sido medio centenar en otros tiempos, hoy no pasan de 17 los lustrabotas-zapateros de la plaza De la Libertad. De haber vivido épocas en las que casi sin descanso sacaban lustre a las botas, hoy se hacen largas las horas a la espera de algún cliente. La técnica de este oficio callejero raya lo artístico, que muere con el polvo de los días o por el implacable paso del tiempo. Pasan más ratos solos, aunque en medio del murmullo de la ciudad.

De haber sido medio centenar en otros tiempos, hoy no pasan de 17 los lustrabotas-zapateros de la plaza De la Libertad. De haber vivido épocas en las que casi sin descanso sacaban lustre a las botas, hoy se hacen largas las horas a la espera de algún cliente. La técnica de este oficio callejero raya lo artístico, que muere con el polvo de los días o por el implacable paso del tiempo. Pasan más ratos solos, aunque en medio del murmullo de la ciudad.

“Con este trabajo les hice estudiar a todas mis hijas”

“Con este trabajo les hice estudiar a todas mis hijas” Víctor (53) desde  1987  trabaja en la plaza. “Con este trabajo les hice estudiar a todas mis hijas: Una es contadora, otra es ingeniera y otra, profesora en sicología”, comenta orgulloso. Por más de que “a veces está difícil” y hace nada o poco, no cambia por ningún otro trabajo  este oficio en la plaza, donde el ambiente “es más tranquilo”. Además, puede tomar tereré, escuchar música y se entretiene viendo  a la gente que va y viene.

“Con este trabajo les hice estudiar a todas mis hijas” Víctor (53) desde 1987 trabaja en la plaza. “Con este trabajo les hice estudiar a todas mis hijas: Una es contadora, otra es ingeniera y otra, profesora en sicología”, comenta orgulloso. Por más de que “a veces está difícil” y hace nada o poco, no cambia por ningún otro trabajo este oficio en la plaza, donde el ambiente “es más tranquilo”. Además, puede tomar tereré, escuchar música y se entretiene viendo a la gente que va y viene.

Víctor (53) desde 1987 trabaja en la plaza. “Con este trabajo les hice estudiar a todas mis hijas: Una es contadora, otra es ingeniera y otra, profesora en sicología”, comenta orgulloso.

Por más de que “a veces está difícil” y hace nada o poco, no cambia por ningún otro trabajo este oficio en la plaza, donde el ambiente “es más tranquilo”. Además, puede tomar tereré, escuchar música y se entretiene viendo a la gente que va y viene.

Más contenido de esta sección
Las ventas al público en los comercios pyme de Argentina cayeron un 25,5% interanual en febrero pasado, golpeadas por la pérdida de poder adquisitivo de los consumidores a causa de la elevadísima inflación, y acumulan un declive del 27% en el primer bimestre del año, según un informe sectorial difundido este domingo.
El mandatario decidió crear el fondo nacional de alimentación escolar esperando un apoyo total, pues quién se animaría a rechazar un plato de comida para el 100% de los niños escolarizados en el país durante todo el año.
Un gran alivio produjo en los usuarios la noticia de la rescisión del contrato con la empresa Parxin y que inmediatamente se iniciaría el proceso de término de la concesión del estacionamiento tarifado en la ciudad de Asunción. La suspensión no debe ser un elemento de distracción, que nos lleve a olvidar la vergonzosa improvisación con la que se administra la capital; así como tampoco el hecho de que la administración municipal carece de un plan para resolver el tránsito y para dar alternativas de movilidad para la ciudadanía.
Sin educación no habrá un Paraguay con desarrollo, bienestar e igualdad. Por esto, cuando se reclama y exige transparencia absoluta en la gestión de los recursos para la educación, como es el caso de los fondos que provienen de la compensación por la cesión de energía de Itaipú, se trata de una legítima preocupación. Después de más de una década los resultados de la administración del Fonacide son negativos, así como también resalta en esta línea la falta de confianza de la ciudadanía respecto a la gestión de los millonarios recursos.
En el Paraguay, pareciera que los tribunales de sentencia tienen prohibido absolver a los acusados, por lo menos en algunos casos mediáticos. Y, si acaso algunos jueces tienen la osadía de hacerlo, la misma Corte Suprema los manda al frezzer, sacándolos de los juicios más sonados.
Con la impunidad de siempre, de toda la vida, el senador colorado en situación de retiro, Kalé Galaverna dijo el otro día: “Si los políticos no conseguimos cargos para familiares o amigos, somos considerados inútiles. En mi vida política, he conseguido unos cinco mil a seis mil cargos en el Estado...”. El político había justificado así la cuestión del nepotismo, el tema del momento.