Asunción celebra hoy 482 años de historia en el marco de la festividad de Nuestra Señora de la Asunción, su patrona; una fiesta ensombrecida no solo por las movilizaciones y el ambiente de crispación política reinante, sino también por el estado de deterioro y hasta abandono en que se hallan muchos sectores de la capital del país, otrora Madre de Ciudades. No obstante, se espera que la gente salga a las calles a participar de eventos y actividades religiosas previstas, pues el corazón del pueblo debe seguir latiendo.
A la par, el actual Gobierno recuerda –o quizás, en este caso lo quiera olvidar– su primer año de asunción al poder; una fecha que lo encuentra sumergido en la peor crisis de su gestión, una de la que no sabe cómo salir o si lo podrá hacer
Lo anecdótico es que esta emblemática fecha ubica en la palestra a dos Marios de nuestra política criolla, y los convoca al banquillo de los acusados o, en el mejor de los casos, a una evaluación tan exigente como ineludible de parte de la opinión pública. A simple vista, ambos están aplazados para la ciudadanía, quizás uno más que el otro.
Por un lado, le tenemos al intendente Mario Ferreiro. Hasta ahora, a un año de nuevas elecciones municipales, el hombre de televisión no pudo solucionar problemas básicos de la ciudad. Las calles de la capital están destruidas, prácticamente en su totalidad, con algunas excepciones. Los baches abundan. El microcentro presenta un aspecto empobrecido, con veredas derruidas, sectores a oscuras y las plazas históricas del centro ocupadas, así como muchas de los barrios, descuidadas. Son pocas las obras visibles que podrían equilibrar la balanza al analizar su gestión; entre ellas, quizás el recientemente inaugurado Paseo de las Luces, que le da un aspecto bastante atractivo a las arterias beneficiadas. Pero de lo demás, nada.
Se sabe que administrar la Comuna capitalina no es cosa sencilla. La buena voluntad no basta. Los problemas son complejos y de larga data; desde la superpoblación de empleados administrativos, pasando por la corrupción de la Policía Municipal de Tránsito (que no deja de pedir coimas) y la excesiva burocracia, hasta la incapacidad para cerrar baches, construir refugios en todas las paradas y realizar el mantenimiento básico de la infraestructura urbana, entre otros tantos reclamos.
Por otro lado, le tenemos a Mario Abdo, presidente de la República. Su situación es aún más crítica. De acuerdo con la encuesta que publica Última Hora, nada menos que el 70% de los de los consultados consideran negativa la gestión del titular del Ejecutivo. Un porcentaje más que preocupante, pero el Gobierno de Marito parece no reaccionar.
Con la amenaza de un juicio político, la economía desacelerando, una baja ejecución presupuestaria, las obras públicas y licitaciones con escaso avance, el panorama es poco alentador para él, y hay poco que celebrar en este día.
Estas dos autoridades electas por el pueblo también tienen similitudes: falta de liderazgo, incapacidad de gobernar con decisión y claridad, de impulsar cambios radicales, de asumir riesgos. Para el ciudadano común, son personas que han defraudado la confianza.
Pero el problema de fondo sigue siendo la forma de hacer y gestionar la política en Paraguay. El poder sigue siendo un botín disponible para repartirlo entre correligionarios y adulones, sin medir las consecuencias que implica. ¿Cómo es posible que en un tema tan sensible como el de Itaipú el Gobierno haya terminado con este bochorno? Simplemente, es la expresión plena de un país improvisado, donde los favores se pagan con cargos. En este ambiente enrarecido, cabe elevar la mirada y retomar la esperanza. Un rumbo más claro y serio para el Paraguay se inicia con el compromiso de cada uno; desde el voto en las urnas. Este es un aniversario con sabor amargo, y no solo para estos actores públicos, sino para toda la ciudadanía.