18 abr. 2024

Los hermanos sean impunes

Alfredo Boccia Paz – @mengoboccia

“Se los veía muy cercanos, distendidos, como dos hermanos, uno al lado del otro en un ambiente de mucha calidez”. Idílica, la descripción del gobernador de Guairá del encuentro entre Mario Abdo y Horacio Cartes. Nadie con conocimiento de los usos y costumbres de la política paraguaya se sorprendería de este súbito cariño entre el ex “contrabandista” y el ex “traidor”.

El viejo estilo colorado, sin novedades. Nos gobiernan desde la década del cuarenta del siglo pasado y –excepto la breve arritmia de Lugo– son responsables de lo que nos sucede desde entonces. El Paraguay está así como está debido a los gobiernos colorados. Es este un país muy pobre, atrasado en lo social y educativo, desigual y con endémica corrupción e impunidad. La ANR es la principal culpable de que nuestras instituciones sean un flan frente al poder de las mafias y el crimen organizado.

Los colorados nunca se hacen responsables de nada. Una facción del propio partido siempre se convierte en el enemigo más temible del presidente. Esa extraña duplicidad de ser a la vez gobierno y oposición genera un poder bipolar que tiene hipnotizados a los paraguayos desde que cayó Stroessner. Recordemos, de paso, que éste era un dictador apoyado por el Partido Colorado que fue derrocado por otra facción del Partido Colorado que luego inició una transición democrática tutelada por colorados que amaban al dictador. Este sistema esquizofrénico les dio resultado porque, aunque muchísimos sean ladrones, consiguen que una mayoría de masoquistas los continúe votando, solo para después poder quejarse durante un lustro.

En verdad, la historia es un poco más compleja. Habría que sumar ingredientes culturales, una gran habilidad para convertir el Estado en territorio de caza para los amigos, una innata vocación de poder y una oposición particularmente inútil para ofertar algo diferente.

Abdo y Cartes salieron de sus closets. Posan juntos, sonrientes, han sellado –¡una vez más!– la unidad granítica del partido que nos gobierna desde mucho antes de que hubiéramos nacido. Los colorados saben sonreír, son amables, disimulan sus enconos con gestos fementidos. El poder está por encima de los rencores. Esa los diferencia de los liberales, cuyas malquerencias traspasan generaciones.

Pero, todos saben que la unidad es ficticia. Es uno de esos acuerdos win-win, en el que ambos se benefician. El debilitado presidente aleja el fantasma del juicio político, obtiene tranquilidad parlamentaria y paz con los fastidiosos medios de Cartes. Y el fortalecido ex presidente demuestra quién es el macho alfa de la política nacional y puede exigir cambios de funcionarios y protección estatal en tiempos poco previsibles. Esos dos que, urgidos, sonríen, son el hambre y las ganas de comer en clave stronista. ¿Qué hacemos con el archivo de insultos mutuos de la época de las internas? Nada, son colorados. El resto es, como diría Helio Vera, “puro petáculo”.

La concordia colorada llegó antes de lo habitual. ¡Desastre, ko Marito! Esta fingida unión debía ocurrir al final del mandato, no ahora.

Pero si Abdo no se tiraba a los brazos de Cartes, no habría final del mandato.

El conciliador José Alberto Alderete debe estar satisfecho. La “operación cicatriz” llegó a buen puerto. Aunque, alguna confusión habrá. Maestros de la sobrevivencia, los colorados se acomodarán sin traumas a la nueva normalidad. Los opositores no tardarán en descubrir que esto es lo mejor que les podía pasar, pues las cosas quedan claras. Colorados en el gobierno, oposición en la vereda de enfrente. “Patria o mafia”, declaró Efraín Alegre, en tono electoral, dejando al llanismo en un limbo incierto.

De lo que no me caben dudas es que este acuerdo se cimienta con ladrillos de impunidad. Habremos de ir anotando cada uno de los episodios por venir. El abrazo es colorado. Pero este sufrido país es de todos.

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