Nadie pensó que los escraches iban a tener tanta influencia en la vida del Paraguay actual. Pero hoy son un punto de referencia que apunta directamente a la corrupción en la politiquería. Son el modo más popular de mostrar que el pueblo es el soberano.
En Ciudad del Este un escrachado pide policías para acordonar su casa. Otro ha dimitido y dos más van camino a ello en Asunción. El presidente de Diputados los llama algo así como que son “diez gatos locos” cuando el esacrache se le acerca. Al escrache le temen todos los que no tienen la conciencia tranquila. Y la autoridad calla. Le falta legitimidad por el fraude y prefiere intentar lograrla no enfrentándose con el pueblo.
El escrache es un modo nuevo en el Paraguay de vivir el pueblo soberano el artículo 138 de la Constitucion. Resistiendo con alegría, entre risas y burlas (con papel higiénico, algún que otro huevo volando contra la pared y muchas canciones). Las de siempre con slogans nuevos y con un micrófono abierto que da al pueblo la posibilidad de decir su palabra.
Gracias al escrache la sociedad sabe quienes son los corruptos, por si no los sabía antes. Inclusive va conociendo los miles de millones de guaraníes que han robado.
Pero el escrache es solamente el primer paso: señalar los corruptos y por qué merecen este título. El segundo ha de ser que la autoridad conveniente abra los ojos. Investigue. Lleve a juicio si hay causa, de sentencia y condena que abarque no solamente el ir a la cárcel una temporada (acompañando en ella al solitario ex fiscal general) sino que pague una multa digna para devolver lo mucho que robaron.
Y todo esto exige dos cosas.
Primero: que dejen tranquilos al escrache que hace el pueblo soberano.
Segundo: que el Ministerio Público (fiscales) comience con más interés a actuar investigando a los corruptos escrachados.