El Señor quiso ser ejemplo de amistad verdadera y estuvo abierto a todos, a quienes atraía con particular ternura y afecto. «Dejaba escapar entonces –comenta bellamente San Bernardo– toda la suavidad de su corazón; se abría su alma por entero y de ella se esparcía como vapor invisible el más delicado perfume, de un alma hermosa, de un corazón generoso y noble». Y se convertía en amigo fiel y abnegado de todos. De su ser provenía aquel poder de atracción que San Jerónimo comparó a un imán extraordinario.
A Jesús le gustaba conversar con las personas que acudían a él o con las que encontraba en el camino. Aprovechaba esas conversaciones, que en ocasiones se iniciaban sobre temas intrascendentes, para llegar al fondo de sus almas y llenarlas de amor. Todas las circunstancias fueron buenas para hacer amigos y llevarles el mensaje divino que había traído a la tierra. Nosotros no debemos olvidar que «amistad y caridad forman una sola cosa: luz divina que da calor».
La amistad requiere que ayudemos al amigo. «Si descubres algún defecto en el amigo corrígele en secreto (...). Las correcciones hacen bien y son de más provecho que una amistad muda», que calla mientras ve que el amigo se hunde.
La amistad ha de ser perseverante: «No cambiemos de amigos como hacen los niños, que se dejan llevar por la ola fácil de los sentimientos». No te avergüences de defender al amigo. «No le abandones en el momento de la necesidad, no le olvides, no le niegues tu afecto, porque la amistad es el soporte de la vida. En la adversidad se prueban los amigos verdaderos, pues en la prosperidad todos parecen fieles» Aprendamos de él a ser amigos de nuestros amigos, y no dejemos de dar a estos lo mejor que tenemos: el amor a Jesús.
(Del libro Hablar con Dios).