23 abr. 2024

Llegó el Covid y supe quiénes son…

Luigi Picollo,

Luigi Picollo,

El efecto económico del Covid-19 es tan fuerte que en la práctica suspendió muchos contrapesos y controles que tenía nuestra sociedad. Antes del Covid-19, los acuerdos, contratos, negocios, facturas, etc., en su mayoría, se cumplían sin necesitar de acciones judiciales. Todos sabemos que entrar en lo judicial implica aumentar costos en busca de una decisión imprevisible, pero en el mundo pre-Covid-19, la Justicia era una opción y lo que estaba escrito era relativamente válido. En el mundo con-Covid-19, los procesos formales de la Justicia se volvieron aún más lentos de lo que eran, mientras que necesitamos soluciones, cobranzas, cumplimientos que se causan mucho antes de que el juez se entere del caso. Las consecuencias llegan antes de poder tener razón. En el marco de la emergencia y premura de las obligaciones empresariales a corto plazo, estamos –de facto– en las manos de las personas y de sus valores, porque ahora todo se puede.

El Covid-19 hace meses se usa como la disculpa estratégicamente más conveniente para hacer y perpetrar lo que no era moralmente correcto, no condecía con la imagen que la persona proyectaba en la sociedad, donde hasta las mayores empresas locales son la mera expresión de los valores de la familia propietaria. La mayoría de las acciones no necesariamente resultan ilegales, sino son abusos, aprovechamiento de circunstancias donde la parte débil está más vulnerable que nunca, ocurren por el solo hecho de poder hacerse. Ello, cuando hay espacio para ser más humano y empático, pero todo se blanquea bajo el útil manto del Covid-19.

Ocurre de todo en el mercado actual, los contratos se ignoran, las facturas se dejan de pagar, los precios pactados se renegocian, se promete lo que no se puede entregar. En efecto, lo normal desaparece, todo es una constante renegociación en el presente, donde tiende a pesar más lo que conviene al que detenta el poder en la transacción. El perder-ganar predomina como estrategia. Todo suma a la inestabilidad sistémica de un Covid sin fecha de término, y donde la meta es un blanco móvil. El único límite de esta locura es la “persona” con quien hacemos negocios.

La tarea número uno del presidente de una empresa es algo que poca gente la tiene clara: “To be the best judge of character”. Ser el mejor juez de la naturaleza propia de una persona, intuir las cualidades síquicas y afectivas que condicionan la conducta de quien está frente nuestro. Dejando de lado nuestras ideas preconcebidas que restringen nuestra interacción con los demás. No es un proceso enteramente lógico, es la suma de todas las percepciones y perspicacias, fenómeno que se da en fracciones de tiempo dentro nuestro, de cara a la persona que no conocemos. Esta tarea es valiosísima en tiempos de crisis y de intolerancia. Casi todas las veces que terminamos engañados, en algún momento intuimos que así podría ser, pero decidimos excluir esa información y seguir adelante. Hoy el presidente es el mayor filtro, firewall, defensa, de quienes interactúan con nuestros colaboradores. Acuérdense que si en los pasillos se comenta que “al jefe le parece o ya autorizó…”, el sujeto tendrá pase libre al área desmilitarizada.

Es interesante observar el nivel de sinceridades que expone el momento en que vivimos, ver quiénes son en realidad nuestros clientes, proveedores, financistas, colaboradores, socios, aliados, etc. En el mercado capitalista y global, se evidencia ¡cuán interrelacionados e interdependientes de los demás realmente somos! Las prioridades de cada uno se evidencian, en un momento donde todos hacen lo que quieren. Observemos tan solo los hechos, ignorando el ruido de las astutas explicaciones y ladinas excusas.

Son momentos únicos donde nuestra intuición personal de decidir “con quién” constituye la decisión estratégica más importante. Peor aún, del “qué o cómo hacerlo”. Es tan válida la idea que “si necesitas un contrato para hacer un negocio con alguien, no lo hagas”.

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