Texto: Carlos Darío Torres │ Fotos: Fernando Franceschelli.
Noviembre de 1976. Estambul, Turquía. El guía turístico estadounidense abrió los ojos hasta que le dolieron los párpados. Y en su rostro su expresión mezclaba el temor y la sorpresa. Dos jóvenes futbolistas alemanes orientales estaban ante la puerta de su habitación en el hotel Hilton en el que estaba hospedado. Pero esto no podía estar sucediendo, tenía que ser irreal.
La conversación que había mantenido el día anterior con los muchachos que hace unos segundos tocaron a su puerta había sido en broma, debía serlo. Pero enseguida la leve esperanza que mantenía, de que la escena que estaba viviendo no pasaba de ser una picardía de dos jóvenes con espíritu juguetón, se desvaneció: “Estamos listos”, le dijo con firmeza el más alto. La fuga planeada estaba en marcha y ya nada la detendría.
Agosto de 2014. Colonia Independencia, Paraguay. Jürgen Pahl ríe con ganas cuando recuerda aquel momento. Él era el más alto de los dos jóvenes que querían huir a Occidente. Lo acompañaba Norbert Nachtweih, también integrante de la selección juvenil de la República Democrática Alemana (RDA), que estaba disputando el campeonato europeo de selecciones Sub 21. “Teníamos pensado fugarnos en un partido contra Austria, pero en Estambul encontramos las condiciones para hacerlo. Fue como en las películas”, cuenta el exfutbolista.
El entrevistado conserva su vitalidad y buen humor. Su jovialidad actual lo acerca a aquel joven que un día decidió dejar atrás la vida sin sobresaltos que llevaba en la Alemania comunista, para emprender una aventura que le depararía momentos felices y otros que no lo fueron. De aquellos habla con locuacidad, pero de estos prefiere no contar detalles.
Carrera larga
Jürgen comenzó a jugar fútbol en el BSG Traktor Teuchern de su ciudad natal, en la región de Sajonia-Anhalt, Alemania oriental. Ya adolescente, fue reclutado por uno de los grandes de la zona, el Hallescher Fussball Club Chemie. Debutó en el primer equipo en la Oberliga (la Primera División del fútbol alemán oriental), en 1974, año en que también lo hizo Nachtweih, su compañero en el club de Halle en ese entonces.
El buen nivel mostrado por Pahl en el Hallescher lo llevó a las selecciones juveniles de la ex RDA, y en 1976 al igual que Nachtweih formaba parte del plantel de la selección alemana oriental Sub 21 que disputaba la fase clasificatoria para el europeo de la categoría. En ese ínterin los jóvenes camaradas Pahl y Nachtweih tramaron su ida a Occidente.
En la Alemania comunista, el estudio y la salud estaban garantizados, y sus habitantes mantenían un nivel de bienestar satisfactorio y lejos del consumismo alienante de Occidente. Entonces, ¿por qué dos jóvenes futbolistas optaron por abandonar su país, sus amigos y dejar a sus familiares en un estado de incertidumbre, por un futuro incierto al otro lado del muro? Pahl se encoge de hombros y responde: “Yo era un aventurero, quería viajar; hoy pienso diferente y valoro todo lo que recibí en la RDA”.
En épocas de la Guerra Fría, los habitantes de los países europeos de detrás de la Cortina de Hierro, es decir, los de regímenes socialistas que se alineaban junto a la Unión Soviética, tenían restricciones para viajar a los países capitalistas, y los que debían hacerlo con frecuencia, como el caso de los deportistas, siempre tenían consigo a agentes de la Stasi, los pyrague, de la Alemania oriental.
“Antes de cada viaje a Occidente, los funcionarios se reunían con nosotros y nos decían que íbamos a ver muchas cosas a las que no estábamos acostumbrados, y que nos iban a mostrar un estilo de vida que nos iba a parecer atractivo, pero que en el fondo todo era una mentira, que no era algo que a nosotros nos iba a hacer felices”, cuenta.
A pesar de los discursos y las instrucciones de los funcionarios comunistas, Pahl decidió saltar el muro, y tras aquella noche de noviembre de 1976 en Estambul, su vida tomó rumbo oeste. Varios días después del encuentro en el hotel con el neoyorquino señor Smith (Jürgen nunca supo su verdadero nombre ni pudo volver a contactar con el guía que los ayudó), y tras horas de interrogatorios a manos de agentes norteamericanos, germanos occidentales y de la policía secreta turca, volaron a Múnich primero y luego a Giesen, cerca de Fráncfort.
Jürgen y Norbert terminaron en un sitio para refugiados mientras las autoridades de la UEFA, con el actual presidente de la FIFA Joseph Blatter a la cabeza, negociaban con los germanos orientales una salida para los jóvenes. Ambos futbolistas tuvieron que soportar 16 meses de inactividad, hasta quedar habilitados para fichar por otro club. La mejor oferta provino del Eintracht Frankfurt y a ese equipo fueron Pahl y Nachtweih.
Con el cuadro rojinegro ganaron la copa de la UEFA tras imponerse en la final al Borussia Mönchengladbach, de un joven Lothar Matthäus y teniendo como compañeros de equipo a los campeones mundiales de 1974 Jürgen Grabowski y Bernd Hölzenbein, al líbero austriaco Bruno Pezzey y al surcoreano Cha Bum-kun, entre otros.
También se quedaron con la copa de Alemania occidental en 1981. Al año siguiente, los camaradas de aventuras y de equipo se separaron: Norbert Nachtweih fue transferido al Bayern München, mientras Pahl se mantuvo en el onceno de Frankfurt hasta 1987.
Un rincón alejado
Jürgen terminó su carrera en el Rizespor de Turquía en 1989, y tras la reunificación alemana volvió a su natal Teuchern, en donde instaló una fábrica de ventanas, negocio que duró hasta 1995. Dos años antes había estado de visita en Blumenau, Brasil. Ahí se enteró de que había un país llamado Paraguay, ideal para conseguir la tranquilidad que su ajetreada vida le reclamaba.
Pahl no quiere hablar de los momentos negativos de su pasado, pero asegura que varios sucesos ingratos lo habían dejado con una afección nerviosa. “Tuve muchas experiencias fuertes”, dice quien un rato antes contaba sus historias con entusiasmo. Repentinamente, el exdeportista se vuelve parco. Solo revela que decidió instalarse en 1998 en la Colonia Independencia, al principio por seis meses, pero al final terminó aquerenciándose en ese bello rincón guaireño.
Al pie del Yvytyrusu regenteó una pensión y dirigió al Deportivo Independencia en los torneos de la liga menonita. Pahl asegura que en cuatro años no perdieron ningún partido. Pero la tierra natal seguía tirando, y allá fue a vivir entre 2009 y 2010. Las cosas no resultaron como esperaba y tuvo que regresar al corazón de América.
“Volví sin nada”, confiesa, pero en su voz no hay ningún atisbo de tristeza ni insatisfacción. Su vida en Alemania oriental le enseño a alejarse del consumismo. A su vuelta al país traía ideas novedosas, pero no encontró quien quisiera acompañarlo en sus proyectos. Intentó suscribir convenios entre el Eintracht y algún club paraguayo para la promoción de jugadores a través de becas. No hubo acuerdo.
Francisco Ocampos, mandamás de Tacuary, le ofreció trabajar como director técnico y gestionar la legalización de su título. Tampoco prosperó esta iniciativa. No hacía falta. “Soy feliz con lo que tengo”, asegura Jürgen, quien posee todo lo necesario en su casa rodeada de naturaleza y árboles frutales, que se encuentra a un par de kilómetros del núcleo urbano de Independencia.
El fútbol sigue ocupando su tiempo, y entrena a niños y jóvenes en los clubes locales. Cuando hay algún partido importante, viaja a Asunción para volver a vivir de cerca la emoción que encierra el fútbol en un estadio. En el Guairá también tiene a su madre, Helga, quien vive en las cercanías.
Jürgen no tuvo hermanos. A su padre lo perdió hace mucho –otro tema cuyos detalles prefiere no recordar–, y las hijas que tuvo con su esposa alemana están en Europa. No son sus únicas descendientes, pues con su esposa paraguaya tuvo dos niños, que actualmente conviven con la madre.
En 2006, un medio alemán le pidió que describiera al fútbol paraguayo, cuya Selección iba a participar en el Mundial de Alemania. La respuesta fue una carta manuscrita de cinco páginas, en la que además daba su visión de lo que le espera al mundo. “Soy un optimista apocalíptico”, decía entonces.
Y nos explica que está convencido de que la sociedad actual tendrá un final apocalíptico, pero no de las características ni magnitud de un Armagedón, sino de un colapso que dará nacimiento a una nueva era y a una humanidad mejor.
Mientras llega ese momento, disfruta de la tranquilidad de su vida actual. “Vivo simple, vivo bien”, repite y enseguida agrega: “Poné en la revista que estoy soltero y buscando novia”. A continuación, suelta una carcajada y uno no sabe si lo dijo en broma o no.
Al rato vuelve a ponerse en actitud de filósofo y critica la falta de idealismo del mundo actual. “Sin idealismo no hay progreso”, recalca. En busca de paz espiritual y física se estableció en un alejado punto del globo. Y en tierras guaireñas se quedó a vivir, lejos de cualquier muro.