Para mí, hay dos lecciones específicas. Una, que la democracia como forma de gobierno es frágil, incluso con instituciones tan tradicionales y en países en donde se tiene un respeto casi religioso por esta forma de gobierno.
La segunda es la censura impuesta desde una empresa privada, que decide lo que se puede o no decir. La cuestión es que aun cuando no nos gusta lo que dice, si se puede censurar al presidente, en teoría, más poderoso del planeta, ¿qué nos queda a nosotros?
Ahora bien, si analizamos lo que pasó en el Capitolio de los Estados Unidos, donde trataron de evitar la confirmación del resultado de las elecciones presidenciales, es bastante grave, al punto que ya quieren hacer un juicio político.
Recordemos que en el Paraguay, nuestro Congreso fue atacado y hasta incendiado. En aquella ocasión, se quiso imponer una enmienda constitucional para favorecer la reelección del presidente de turno.
El tema es que cuando aparecen líderes que no respetan las instituciones democráticas, en nuestro caso, corroídas por la corrupción, llevan a la gente a desconfiar de ellas. Más si son azuzadas por una persona que pone primero sus propios intereses por sobre los de la nación.
Lo que hay que entender es que las instituciones están por sobre las personas. El Congreso es necesario. Es ahí en donde estamos representados todos los ciudadanos. Es nuestra voz en el gobierno. Si nosotros elegimos mal a sus miembros, no es culpa del Congreso.
Conozco a muchas personas que dicen que debe desaparecer, cuando que es uno de los pilares del sistema republicano de gobierno. Ojalá que los legisladores también lo vean de esta manera y no solo como una oportunidad para enriquecerse.
La mentalidad actual, en gran parte desvirtuada por la pandemia, hace que la mayoría solo se queje en las redes sociales, solo socave la credibilidad de las instituciones, lastimando a la democracia como sistema de gobierno.
Lo que no ven es que, si dejamos atrás la democracia, sin sus instituciones, nos quedaría solo la dictadura. Esto implica la falta de libertad y de justicia, justificadas siempre por el “bien común”, algo que conocemos en carne propia por nuestra historia.
De ahí que debemos cuidarla. Debemos enseñar a los jóvenes a practicarla como sistema de gobierno. Debemos hacerlos verdaderos ciudadanos, para que respeten las instituciones por sobre sus miembros. Así, tal vez podrán elegir bien.
El otro punto para aprender es la censura que señalé. Es que si dejamos que nos impongan qué decir, qué pensar, también perdemos todos. Muchos aplauden la censura y el cierre de las cuentas de Donald Trump, porque no están de acuerdo con él, y aplauden.
Lo malo es que mañana puede hacerlo con ellos, con cualquiera y entonces no creo que les guste tanto. La libertad de expresión y de pensamiento son también pilares de la democracia. De ahí que debamos defenderla. Por lo general, la censura viene del gobierno, pero esta vez, desde una empresa privada.
Es que es una táctica dictatorial. Callan a los que piensan diferente. Solo interesa que todos coincidan con lo que yo creo, con mi ideología, algo es bastante común en las redes sociales. Denigrar, criticar, calumniar, difamar e injuriar casi como un deporte.
Por eso debemos aprender a cuidar nuestra democracia, que es bastante frágil por el descreimiento actual a sus instituciones. También defender nuestras libertades, cuidarlas porque, de lo contrario, vamos a ir perdiéndolas poco a poco.
Esas son las lecciones que nos deja lo que pasó la semana pasada en una nación que, hasta ese día, tenía como credo a su democracia.