20 abr. 2024

Las venas indignadas de América Latina

Andrés Colmán Gutiérrez – @andrescolman

Barricadas ardientes, banderas agitadas, multitudes en las calles. Voces roncas entonando himnos o gritando airadas consignas. Piedras lanzadas con furia, edificios y vehículos en llamas. Represión institucional, en muchos casos con saña criminal, por parte de policías y militares. Gases lacrimógenos y balazos. En medio del caos hay también marchas pacíficas, festivos conciertos en las plazas, conmovedores gestos solidarios.

Son escenas que se repiten desordenadamente en las pantallas de la televisión, en las portadas de diarios, en las redes sociales e internet. Escenas muy parecidas, pero que cambian de significación según en qué país ocurran, bajo qué signos políticos se definan y según quién las comente, las escriba o las comparta.

Lo que ahora más nos preocupa y duele es Bolivia. Uno puede tener toda la opinión crítica que quiera acerca del complejo proceso político que venía liderando el presidente Evo Morales, pero eso no nos impide caracterizar su abrupta interrupción como un contundente golpe de Estado. Opinable, discutible, pero indefendible golpe de Estado, propiciado por una ultraderecha racista y fundamentalista que ni siquiera se preocupó en guardar los formalismos legales, reviviendo la oscura práctica de la intervención militar en la escena política, la que ha originado tantas siniestras dictaduras en el siglo pasado. Aunque no hubiese reelección, Morales tenía mandato constitucional hasta el 2020.

Pero así como uno puede condenar el golpe de Estado, también puede tener una lectura crítica sobre el antidemocrático proyecto de eternización en el poder en el que fue cayendo Evo, contra un amplio sector de su propio pueblo, al que convocó a un referéndum constitucional en el 2016 para preguntar si preferían que fuera reelecto por cuarta vez. Le dijeron que no, pero él lo ignoró y siguió adelante.

Los aplaudidos logros históricos en términos sociales, económicos y políticos que obtuvo la gestión del primer presidente indígena, como ningún otro en la historia de Bolivia, no justifican cambiar a su antojo y conveniencia la Constitución, ni imponer proyectos revolucionarios cuando existe una creciente resistencia en gran parte de la sociedad. Si su modelo político era tan bueno, ¿cómo no pudo formar líderes que puedan dar continuidad al mismo proyecto, a través de la alternancia democrática? La forzada re-re-re-reelección ¿No implica repetir el modelo de líder único, mesiánico y providencial, que tanto cuestionábamos a las dictaduras de derecha e izquierda del siglo pasado?

Lo llamativo es que quienes aplauden las manifestaciones contra Evo en Bolivia sin embargo condenan las manifestaciones contra Piñera en Chile, y viceversa. ¿Es más pueblo uno que otro, por responder a distintos signos políticos? O lo que es peor, aunque existan indiscutibles intereses sectarios, de imperios o corporaciones internacionales, buscando sacar réditos, pocos estamos dispuestos a reconocer que a veces es la gente, simplemente la gente, la que se harta de ser engañada y marginada, de que les impongan paraísos perfectos con baches profundos, mucha basura oculta bajo la alfombra, sueños incumplidos y necesidades insatisfechas.

Hay quienes lamentan que gran parte de América Latina siga avanzando hacia modelos fascistas y otros lo celebran. Otros parecen confirmar temores o alegrías de que se produzca un regreso hacia regímenes de izquierda. En Argentina sale un fracasado Macri y vuelve una triunfante Cristina. En Brasil Lula sale en libertad y Bolsonaro empieza a preocuparse. En Uruguay se teme que la izquierda más democrática y equilibrada pierda al fin el poder. En Perú siguen sin tener Poder Legislativo. En Ecuador los indígenas le dieron una lección al Lenín derechoso. Chile está tratando de superar su más grave crisis con una nueva Constitución. Bolivia duele sin saber qué pasará, mientras en el Paraguay la última crisis se disuelve como el alcanfor, por ahora un poco lejos de las venas indignadas de América Latina.

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