Resultó hasta tragicómico observar el domingo pasado, día de las elecciones internas, cómo el fervor se apoderó de los conductores de vehículos que –disciplinada y formalmente– trasladaban a los ciudadanos a los locales de votación, especialmente quienes respondían a los partidos tradicionales y que colaboraron para dinamizar la aceitada maquinaria logística con el fin de asegurar votos.
La devoción les transpiraba por los poros. Era un festín, dentro de esa contienda silenciosa y esa puja por llegar a los depositorios de las urnas. Había que conseguir el mayor caudal de adherentes para perpetuar el ritual cíclico que catapultase a los mismos impresentables de siempre, más algún otro “outsider” que empiece a adherirse al arco político, munido de vagas promesas hacia el electorado incauto.
La pasión impresa en la fría jornada se vio también caracterizada por algunas escaramuzas y discusiones subidas de tono, en medio del distintivo vital que siempre acompaña a los cegados incondicionales: la sarta de descalificativos y la fuerza bruta que, por cierto y por suerte, fueron aislados.
Ahora, preguntémonos por qué ese ímpetu de llevar a la gente a sufragar y asegurar la cifra ideal necesaria para el candidato de preferencia no se había patentizado en jornadas anteriores con la misma fuerza, cuando numerosos adultos mayores clamaban la necesidad de acercarse hasta los puestos de vacunación contra el coronavirus y no lo podían hacer, debido a dificultades con el traslado.
¿Dónde estaba ese ejército de choferes? ¿Qué pasó de los recursos para combustible que en esas veces anteriores no aparecieron, pero que sí asomaron en el día de la contienda electoral?
Recordemos que una encuesta del mismo Ministerio de Salud arrojó que casi el 80% de las personas consultadas respondió que tenía “problemas de movilidad” para vacunarse. Son adultos mayores con imposibilidad de desplazarse solos, porque viven alejados de los puestos de inoculación.
Tuvieron que surgir campañas –¡una vez más!– desde la misma ciudadanía, para organizar voluntarios que brindaran su tiempo y su logística en procura de acercar a quienes no podían asistir solos a los vacunatorios. Las redes sociales se inundaron de interesados que ofrecieron sin costo esa posibilidad, ya que las acciones estatales quedan apocadas o directamente nulas como respuesta ante esas dificultades.
Si nos alejamos en el tiempo, vamos a reencontrarnos con esas fatigosas acciones desde la gente misma, organizando polladas, hamburgueseadas, ofreciendo sus bienes en compra-venta a cambio de recursos para cubrir los gastos hospitalarios y un sinfín de sacrificios que siguen deteriorando la calidad de vida de miles de familias paraguayas. ¿Cómo se sale de esa cuantiosa deuda? Solo quien está en la piel del que lo padece podrá dimensionarlo.
La adhesión de algunos candidatos también había seguido esa senda, pero con ejemplos caricaturescos y exceso de publicidad, con exposición a la fuerte crítica por haber aprovechado maquiavélicamente la angustiosa necesidad del potencial elector, para caerle bien; incluso mediante la burla de haber organizado, por ejemplo en Hernandarias, una olla popular con los alimentos en un recipiente sucio de plástico, donde solo comen los animales.
Las prioridades, lo sabemos, muchas veces se evidencian al calor de las circunstancias, para exponer engañosos mesianismos o sacar provecho, de manera a sostener el clientelismo dañino que sigue padeciendo la política criolla.
Y eso que aún falta toda la parafernalia de las municipales el próximo 10 de octubre, cuando la puja de nuevo ubique frente a frente a los candidatos, muchos de los cuales apelarán a estrategias populistas, pero muy alejadas de algún debate serio en torno a qué hacer con el deterioro que sufre la mayoría de los 254 distritos del país.