Aunque representan un 52% del electorado, las mujeres brasileñas tienen históricamente una bajísima participación en cargos de poder: ocupan apenas 54 de las 513 bancas en la Cámara de Diputados y 13 de las 81 del Senado.
La primera diputada federal fue Carlota de Queirós, en 1934, pero tuvieron que pasar seis décadas antes que una mujer ingresara al Senado, Roseana Sarney, en 1994.
Según la Unión Interparlamentaria, Brasil ocupa el lugar 154 –entre 193 países– en participación parlamentaria femenina, lo que lo convierte en el país latinoamericano ubicado más abajo en el ránking.
En el Ejecutivo tampoco predominan. El gigante sudamericano tuvo su primera presidenta en 2011, con la asunción de Dilma Rousseff, del Partido de los Trabajadores (PT, izquierda), destituida en 2016 acusada de manipulación de las cuentas públicas. Fue el gobierno con mayor visibilidad de las mujeres, ya que asumieron ocho ministerios en su primer mandato y nueve cuando fue reelecta.
Pero actualmente, de 29 cargos ministeriales del gabinete del presidente Michel Temer, solo uno es ocupado por una mujer, representante de los intereses legales del gobierno ante la Corte Suprema.
De los trece candidatos a las presidenciales de octubre, hay solo dos mujeres: la ecologista Marina Silva y Vera Lúcia, del PSTU (trotskista).
La ley electoral exige que los partidos y coaliciones respeten una cuota mínima de 30% de mujeres en las listas de candidatos a las Cámaras de Diputados y de Senadores y de las asambleas legislativas de cada Estado y de las cámaras municipales.
Pero la norma no ha cambiado las cosas. afp