Por Patricia Lima
y Teresa Domínguez
En los ojos de Enrique, de 7 años, todavía hay entusiasmo. Sonríe al contar a la periodista que no durmió toda la noche porque la tormenta no dejó de golpear el techo de chapa. Pedro, en cambio, con veinte años más, mira con desconfianza y es muy parco al hablar. Dice que está harto de que vengan a fotografiar su vida y no les apoyen. “Lucran a nuestras costillas”. Recién un rato después se relaja y comparte: Tampoco durmió nada, porque la lluvia salpicaba por los agujeros y tenía que tapar a sus dos hijitos para que no se mojen.
La vida en los ocho campamentos habilitados para los damnificados de la inundación es hostil e insalubre. El director de la Secretaría de Emergencia Nacional (SEN), Aristides González, informó ayer que 320 familias ya tuvieron que ser reubicadas, desde mediados de marzo. Por su parte, la Municipalidad de Asunción comunicó que son 842 las familias evacuadas. ¿Cuál es la cifra real?
Los afectados aseguran que están infladas e invocan su nombre para justificar gastos, pero la ayuda nunca llega.
“Hasta ahora lo único que recibimos fue una ración de víveres que se acabó en dos días, dos maderas terciadas y cinco chapas”, comentó Martina Chávez de Díaz.
Los materiales no alcanzan y las paredes se arman con restos de pasacalles, bolsas y alfombras viejas, por donde se filtra el viento y la lluvia. Con el clima actual todavía se aguanta. Pero apenas llegue el frío, la salud de los niños sufrirá las secuelas.
DESESPERANZA. El río alcanzó su pico en marzo, cuando llegó casi a los 5 metros (dos metros por encima de lo habitual) y desde entonces volvió a bajar. Los coordinadores aconsejan a las familias desplazadas que no dejen los refugios, pues está prevista una nueva crecida. En el peor de los escenarios podría llegar a 6 metros, obligado a emigrar a 6.000 familias ribereñas.
Pedro está acostumbrado a mudarse cada año, con cada crecida. Nació en el Bañado Sur, donde también ve crecer a sus dos hijos: Josué, de 4 y Micaela, de 2. Un tiempo alquiló una piecita, por 100.000 guaraníes, pero como no le alcanzaba dinero tuvo que volver a mudarse al lado del río, en una tierra fiscal. Hace un mes, el agua les obligó a subir al campamento. Por ahora, en el predio militar del R.I. 14 de Tacumbú están una docena de familias, pero calculan que serán más de dos centenas en julio.
El joven padre dice que ya no le quedan ilusiones de que la situación mejore. “Si tuviera dinero, me hubiera ido del país”, puntualiza. Pero con su esposa, recogiendo papel y plástico para reciclar apenas ganan 20.000 guaraníes por día. Y cada sábado deben pagar 10.000 guaraníes por el alquiler del carrito, su medio de trabajo. “No podemos pensar mucho, no tengo nada que esperar, porque siempre nos mienten”, dice entre dientes.
RECLAMOS
Lidia Riveros: “Los espacios son precarios”
La señora Lidia Riveros se quejó de que le asignan terrenos muy pequeños en los campamentos, apenas de 5 x 4 metros. En ese espacio debe convivir con sus tres hijos y dos nietos. Además, apenas le dan un par de terciadas y algunas chapas, con las que no se pueden cubrir todas las paredes.
Corina González: “El dinero no les alcanza”
La joven Corina González es oriunda de San Pedro de Ycuamandyyú. Hace tres años vino a Asunción a operarse y se quedó a trabajar como recicladora. Le encantaría visitar a sus padres, pero el inaccesible pasaje le cuesta 90.000. Ahora tiene dos hijos. Se mudó con su marido al Bañado, porque ya no le alcanzaba para el alquiler.
Huir del agua
Las primeras familias desplazadas desde mediados de marzo son aquellas que viven prácticamente en la orilla misma del río. Las que están en el campamento de Tacumbú provienen de un terreno fiscal que la Municipalidad de Asunción habilitó como asentamiento hace apenas 8 meses en el Bañado Sur. En su mayoría son familias que vivían en piecitas de alquiler, pero tuvieron que ocupar la ribera, porque ya no podían seguir pagando por su vivienda.
Lidia Riveros, por ejemplo, vivió durante seis años en Villa Elisa, porque ya no quería tener que mudarse con cada crecida, pero tuvo que volver al Bañado. Este año ya se mudó tres veces; primero en terrenos cerca de su casa, pero como el agua siguió creciendo decidió refugiarse en el campamento.