Hoy meditamos el Evangelio según San Juan. El Papa, en una homilía en ocasión de la misa de Pentecostés, dijo: “En este día, contemplamos y revivimos en la liturgia la efusión del Espíritu Santo, que Cristo resucitado derramó sobre la Iglesia, un acontecimiento de gracia que ha desbordado el cenáculo de Jerusalén para difundirse por el mundo”.
“Pero ¿qué sucedió en aquel día tan lejano a nosotros, pero tan cercano, que llega dentro de nuestro corazón?”.
“San Lucas nos da la respuesta en el texto de los Hechos de los Apóstoles que hemos escuchado. El evangelista nos lleva hasta Jerusalén, al piso superior de la casa donde están reunidos los apóstoles. El primer elemento que nos llama la atención es el estruendo que de repente vino del cielo, ‘como de viento que sopla fuertemente’, y llenó toda la casa; luego las ‘lenguas como llamaradas’, que se dividían y se posaban encima de cada apóstol.
Estruendo y lenguas de fuego son signos claros y concretos que tocan a los apóstoles no solo exteriormente, sino en su interior: en su mente y en su corazón. Como consecuencia, ‘se llenaron todos de Espíritu Santo’, que desencadenó su fuerza irresistible, con resultados llamativos: ‘Empezaron a hablar en otras lenguas’”.
“Asistimos, entonces, a una situación sorprendente: una multitud se congrega y queda admirada porque cada uno oye hablar a los apóstoles en su propia lengua. Los oímos hablar en nuestra lengua nativa. ¿Y de qué hablaban? De las grandezas de Dios. A la luz de este texto de los Hechos de los Apóstoles, deseo reflexionar sobre tres palabras relacionadas con la acción del Espíritu: novedad, armonía y misión”.
“1. La novedad nos da siempre un poco de miedo, porque nos sentimos más seguros si tenemos todo bajo control, si somos nosotros los que construimos, programamos, planificamos nuestra vida, según nuestros esquemas, seguridades, gustos. Y esto nos sucede con Dios. Con frecuencia lo seguimos, lo acogemos, pero hasta un cierto punto; nos resulta difícil abandonarnos a Él con total confianza, dejando que el Espíritu Santo anime, guíe nuestra vida, en todas las decisiones; tenemos miedo a que Dios nos lleve por caminos nuevos, nos saque de nuestros horizontes con frecuencia limitados, cerrados, egoístas, para abrirnos a los suyos”.
“Pero, en toda la historia de la salvación, cuando Dios se revela, aparece su novedad, transforma y pide confianza total en Él… Preguntémonos: ¿Estamos abiertos a las ‘sorpresas de Dios’? ¿O nos encerramos, con miedo, a la novedad del Espíritu Santo? ¿Estamos decididos a recorrer los caminos nuevos que la novedad de Dios nos presenta o nos atrincheramos en estructuras caducas, que han perdido capacidad de respuesta?”.
“2. Una segunda idea: el Espíritu Santo crea desorden en el Iglesia, porque produce diversidad de carismas, de dones. Bajo su acción, todo esto es una gran riqueza, porque el Espíritu Santo es el Espíritu de unidad, que no significa uniformidad, sino reconducir todo a la armonía. … Cuando somos nosotros los que pretendemos la diversidad y nos encerramos en nuestros particularismos, provocamos la división; … Así, pues, preguntémonos: ¿Estoy abierto a la armonía del Espíritu Santo, superando todo exclusivismo? ¿Me dejo guiar por Él viviendo en la Iglesia y con la Iglesia?”.
“3. El último punto. Los teólogos antiguos decían: el alma es una especie de barca de vela; el Espíritu Santo es el viento que sopla la vela para hacerla avanzar; la fuerza y el ímpetu del viento son los dones del Espíritu. Sin su fuerza, sin su gracia, no iríamos adelante. El Espíritu Santo nos introduce en el misterio del Dios vivo, y nos salvaguarda del peligro de una Iglesia gnóstica y de una Iglesia autorreferencial, cerrada en su recinto; nos impulsa a abrir las puertas para salir, para anunciar y dar testimonio de la bondad del Evangelio. El Espíritu Santo es el alma de la misión. … Hoy, como en su nacimiento, junto con María, la Iglesia invoca: ‘Veni Sancte Spiritus!’ (‘Ven, Espíritu Santo’), llena el corazón de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor. Amén”.
(De http://www.infocatolica.com)