Hayamos ganado o hayamos perdido; los problemas de una colectividad se solucionan no “desde arriba” (con prohibiciones, órdenes o autoritarismo), sino “desde abajo” (con empatía) buscando las causas de lo positivo o negativo realizado.
Y si me permiten insistir lo aprendido en la experiencia, es que en el sistema en que vivimos “arriba” están los culpables y “abajo”, las víctimas.
Ahora, más que nunca, es necesario en Brasil, en toda América y, por supuesto, en el Paraguay, irse “abajo” con el pueblo más empobrecido para caminar preferencialmente a su lado.
Y este “desde abajo” entre nosotros tiene muchos rostros.
El mendigo libre de la calle y el pasillero preso de Tacumbú, que no tiene ni celda dona cobijarse y vive en el pasillo.
El indígena que pide limosnas en las ciudades porque para él no existen bosques con alimentos.
El enfermo crónico (por todo tipo de cáncer y droga) aislado y del que solamente se espera para que deje de molestar y se vaya al cementerio.
El campesino sin tierra que es como el pez sin el agua. En Paraguay tenemos condenados más de 300.000 sin tierra y más de dos millones que la tienen pero a los que el Estado no les da título y en cualquier momento puede aparecer un brasiguayo u otro extranjero exigiendo su desalojo porque en Asunción compró esas tierras.
Los bañadenses que solamente se espera mueran por las enfermedades de las inundaciones para allí hacer un barrio rico mirando al río.
El joven que ni estudia ni trabaja. No tiene más horizonte que morirse, caer preso o abandonar su patria camino de la Argentina.
Los centenares de miles de la economía sumergida de la que nadie habla.
Los millones de mujeres esclavizadas por el machismo que están gritando con fuerza su libertad.
En Brasil y en el Paraguay es necesaria la opción preferencial por los de “abajo”.