04 sept. 2025

La sed se suma al hambre y agrava todavía más la vida de los gazatíes

Cientos de miles de personas intentan recuperar el agua subterránea de los pozos, pero como Gaza está junto al mar, su acuífero es salobre y el agua extraída supera los niveles aceptables de salinidad.

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Pavor. El eslabón más débil de la sociedad gazatí es la que más sufre la falta de agua y comida.

BASHAR TALEB/AFP

AFP
JERUSALÉN

Bajo un sol abrasador, gazatíes agotados y hambrientos recorren cada día kilómetros a pie en busca de agua, a menudo salobre o contaminada, un problema que ya existía antes de la guerra, pero que se ha agravado enormemente, según organizaciones humanitarias y autoridades locales.

“A veces siento que mi cuerpo se seca por dentro. La sed me roba toda la energía, y también a mis hijos”, dice Um Nidal Abu Nahl, una madre de cuatro hijos que vive en Ciudad de Gaza.

El 80% de las infraestructuras relacionadas con el agua están dañadas por la guerra y los gazatíes solo pueden contar con suministros aleatorios, como un camión cisterna o un grifo instalado por una oenegé en medio de un campamento.

Al comienzo de la guerra, desencadenada por el ataque de Hamás contra territorio israelí del 7 de octubre de 2023, Israel cortó el suministro.

Más tarde reconectó la red palestina del norte de la Franja al sistema de distribución de agua de la empresa israelí Mekorot.

Sin embargo, los habitantes aseguran a AFP que el agua no sale de los grifos. Según las autoridades locales es la consecuencia de los bombardeos.

Según dijo el jueves la administración local de Ciudad de Gaza, en esta zona no hay agua en la red, alimentada por Mekorot, desde hace al menos once días.

La red de pozos que abastecía a parte de la población antes de la guerra también está dañada. Algunos están contaminados por aguas residuales o por la basura. Otros son inaccesibles porque se encuentran en zonas de combate o en instalaciones militares israelíes.

En todo el territorio solo hay una planta desalinizadora, que la semana pasada volvió a funcionar gracias al suministro de electricidad desde Israel.

Según Asem al Nabih, portavoz de la Municipalidad de Ciudad de Gaza, más del 75% de los pozos principales están fuera de servicio y el 85% del material para hacer obras públicas está destruido.

Además hay 100.000 metros de tuberías de agua dañadas y 200.000 metros de redes de alcantarillado inutilizables.

A esto se suma el hecho de que de numerosas estaciones de bombeo y tratamiento de agua están detenidas. Además hay 250.000 toneladas de residuos acumulados en la ciudad.

“Las aguas residuales inundan las zonas donde vive la gente”, apunta Mohamed Abu Sukhayla desde Jabalia (norte). “Vivimos literalmente en medio de catástrofes sanitarias”, agrega.

Por su parte, Al Nabih reconoce que la Municipalidad “es incapaz de responder a las necesidades, por falta de equipamiento”.

Cientos de miles de personas intentan recuperar el agua subterránea de los pozos pero como Gaza está junto al mar, su acuífero es salobre, y el agua extraída supera los niveles aceptables de salinidad, con los riesgos que conlleva para la salud.

La crisis del agua es menos mediática que la del hambre pero igual de mortal, en una región con recursos hídricos escasos donde el acceso al agua es un problema geopolítico de primera magnitud.

“El agua, como los alimentos, nunca debe utilizarse con fines políticos”, recuerda Rosalia Bollen, de Unicef, y apunta que es muy difícil medir la sed que sufren los 2,4 millones de habitantes de la Franja.

“Hace un calor terrible, las enfermedades se propagan, el agua es realmente un tema del que no hablamos lo suficiente”, asegura.

En las próximas semanas se espera que una tubería de 6,7 kilómetros lleve agua desde una planta desalinizadora situada en Egipto hasta la zona costera de Al Mawasi, entre Jan Yunis y Rafah, un proyecto impulsado por Emiratos Árabes Unidos, con el acuerdo de Israel.

Pero algunos lo ven como una manera de justificar la concentración de la población en el sur del territorio palestino, asediado por Israel.

Mahmud Deeb, de 35 años, reconoce que el agua que encuentra en Ciudad de Gaza suele ser no apta para el consumo. “Sabemos que está contaminada, pero ¿qué podemos hacer?”.

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