20 sept. 2025

La oración de Cristo. Nuestra oración

Se lee en el Santo Evangelio que Cristo salió al monte a orar, y pasó toda la noche en oración. Al día siguiente, eligió a los doce apóstoles. Es la oración de Cristo por la Iglesia incipiente.

En muchos lugares evangélicos se nos muestra Cristo unido a su Padre Celestial en una íntima y confiada plegaria. Convenía también que Jesús, perfecto Dios y hombre perfecto, orase para darnos ejemplo de oración humilde, confiada, perseverante, ya que él nos mandó orar siempre, sin desfallecer, sin dejarse vencer por el cansancio, de la misma manera que se respira incesantemente.

El Maestro nos enseñó con su ejemplo la necesidad de hacer oración. Repitió una y otra vez que es necesario orar y no desfallecer. Cuando también nosotros nos recogemos para orar nos acercamos sedientos a la fuente de las aguas vivas. Allí encontramos la paz y las fuerzas necesarias para seguir con alegría y optimismo en este caminar de la vida.

¡Cuánto bien hacemos a la Iglesia y al mundo con nuestra oración! ¡Con estos ratos, como el de ahora, en los que permanecemos junto al Señor! Se ha dicho que quienes hacen oración verdadera son como “las columnas del mundo”, sin los cuales todo se vendría abajo.

Santa Teresa se hace eco de las palabras de un “gran letrado”, para quien “las almas que no tienen oración son como un cuerpo con ‘perlesía o tullido’, que aunque tiene pies y manos, no los puede mandar”. La oración es necesaria para querer más y más al Señor, para no separarnos jamás de él; sin ella el alma cae en la tibieza, pierde la alegría y las fuerzas para hacer el bien.

Solía decir el santo cura de Ars que todos los males que muchas veces nos agobian en la tierra vienen precisamente de que no oramos o lo hacemos mal. Formulemos nosotros el propósito de dirigirnos con amor y confianza a Dios a través de la oración mental, de las oraciones vocales y de esas breves fórmulas, las jaculatorias, y tendremos la alegría de vivir la vida junto a nuestro Padre Dios, que es el único lugar en el que merece la pena ser vivida.

(Frases extractadas del libro Hablar con Dios de Francisco Fernández Carvajal)