Para ver la última versión que Disney produjo de A Christma′s Carol, me puse a leer el famoso cuento de Dickens. Me encontré con pasajes nada infantiles, sino todo lo contrario. No solo es una historia de fantasmas, sino que contiene un crítica muy fuerte a la codicia en los términos que ya nos acostumbró en otras obras.<br/><br/> Todo esto me hizo cuestionar aquel famoso espíritu navideño que se atribuye sobradamente a Dickens. En todo caso, si fuera cierto que el escritor inglés creía fervientemente en la Navidad, tal idea está tan muerta como él. Claro, decir que la Navidad está envuelta en consumismo y falsa moral ya es una cantinela a estas alturas del siglo XXI.<br/><br/>Y justamente porque la Navidad dickeniana es una entelequia en esta época, el reverso de esta decadencia es la fortaleza y actualidad de su crítica social. Cuando Scrooge dice al inicio que no pensaba dar un centavo de caridad para ayudar a los pobres, pues para ellos ya había hospicios (donde mezclaban a mendigos con dementes) y cárceles, su voz me parecía sonar en coro. ¡Cuánta gente piensa y dice lo mismo! Me venía a la mente un gordo –y feo– senador paraguayo festejando a panza llena la Navidad mientras sin empacho hacía recortes a los gastos sociales del Presupuesto Nacional como parte del supuesto plan de tumbar al Ejecutivo. Teórico del egoísmo no podrá ser –ni de nada–, pero sí su fiel practicante.<br/><br/>Me gustó mucho esta versión cinematográfica de Zemeckis, porque no oculta las partes duras del cuento. La mejor de todas, cuando el espíritu de la Navidad presente le muestra a un atribulado Scrooge una pareja de niños horribles. Bien caradura el viejo usurero pregunta si son hijos del Espíritu y este le responde ofendido que son hijos suyos y de la humanidad. El niño se llama “ignorancia” y la niña “miseria”, le dice a Scrooge, y Zemeckis logra captar el la idea dickensiana con unos efectos especiales que nos hacen sentir culpables a más de uno.<br/><br/>Particularmente no me preocupa la oquedad de la Navidad, pero sí lo que simboliza esta paulatina derrota. No solo es un cristianismo que se ve totalmente inerme ante un materialismo y consumismo –que en buena parte son sus hijos paridos en el fervor de muchas prédicas falsas–, sino es una buena parte de la humanidad forjada en unos valores que cada vez más se vuelven perimidos. Creo que Larrañaga tenía razón cuando vaticinaba el futuro del cristianismo.<br/><br/>La niña miseria y el niño ignorancia que vio Dickens en su Londres natal, todavía los podemos ver –y en grosera cantidad– en Asunción y otras ciudades doscientos años después. Era la época de la Revolución Industrial, que tanta esperanza de prosperidad traía. Pero los que prosperaron fueron los Scrooge, aquellos que piden hospicios y cárceles para estos niños, aquellos que dicen que los pobres son tales porque no trabajan y que lo que el Estado debe crear para ellos son oportunidades para que su iniciativa privada los saque de la pobreza, como si tales oportunidades pudieran ser aprovechadas por un desnutrido y golpeado por la vida.<br/><br/>Progresamos materialmente, pero no moralmente, decía Rousseau. Mientras hayan niños ignorancia y niñas miseria durmiendo en nuestras calles, la Navidad seguirá siendo hueca como la panza de Papá Noel. <br/><br/>Al final, quizá los genios creadores de South Park tenían un mensaje navideño no solo más actual que el decimonónico Dickens sino que condice mejor con la humanidad de estos días. El “señor mojón” quizá sea la respuesta más humana a todos los villancicos navideños, menos a aquella que nos cantan al final del Plácido de Berlanga: la caridad “nunca la ha habido ni nunca la habrá”.<br/><br/>