El martes pasado una gran mayoría del planeta estaba con los ojos puestos en el Vaticano. De allí saldría el nombre del nuevo Papa, luego de la estruendosa y revolucionaria dimisión de Benedicto XVI, que al abandonar el cargo dejó una pesada misión a su sucesor.
Y el cónclave sorprendió a todos: eligió por primera vez a un Papa americano (argentino) y además jesuita. La pertenencia a la Compañía de Jesús tiene una carga política en la Iglesia Católica, ya que esta orden se caracteriza por sus votos de pobreza, humildad y compromiso político, aunque alejada de los centros de poder. Tiene un manejo de la alta política como ninguna otra congregación católica.
“Los jesuitas siempre hemos estado en la frontera de la fe y de las luchas sociales”, sintetizó ayer el padre Joaquín Piña, sj, obispo emérito de Puerto Iguazú, a un diario argentino.
En el país, los jesuitas tienen una rica historia de compromiso político, marcada a fuego por su expulsión por el dictador Stroessner.
Por ello, la elección del cardenal Jorge Bergoglio (76) como Papa abre un abanico de hipótesis sobre lo que se viene (y se espera) en tiempos de vía crucis para una Iglesia Católica cada vez más alejada de la divinidad.
LA HERENCIA DE BENEDICTO XVI. Mucho se ha especulado sobre la renuncia del anterior Papa. Lo cierto y concreto es que con su salida parece haber diseñado un plan ineludible para recuperar la fe en la Santa Sede, golpeada por escándalos sexuales, corrupción y luchas de poder.
Sí, así de terrenal, como suena.
Bergoglio, por ser un “Papa del fin del mundo”, como él mismo se definió, por su trayectoria de compromiso y humildad, por ser jesuita, tiene sobre sus espaldas una cruz pesada. Hay una expectativa mundial que espera más que gestos simbólicos.
LA MISMA ESPERANZA. Aunque las comparaciones son odiosas, Paraguay vivió ese mismo clima de esperanza en el 2008, cuando asumió el exobispo Fernando Lugo el poder. Al igual que Bergoglio, Lugo tenía entonces en sus manos un mapa similar: un país destruido, con miles viviendo en la más absoluta pobreza e instituciones inficionadas por la corrupción. Para la gente, él venía no solo a romper la hegemonía electoral de la ANR, sino también a pulverizar todo lo que implicaba ese modelo perverso de poder cristalizado en 60 años de gestión.
Si bien es cierto que administrativamente las exageradas expectativas eran imposibles de cumplir, el Gobierno de Lugo se quedó a medio camino y creyó que con la hazaña de la alternancia electoral ya cumplió su gran misión política.
La palabra “cambio”, tan gastada durante las campañas hasta entonces, con su triunfo adquirió su verdadero sentido; pero, a raíz de los desaciertos de su gestión, esa misma palabra empezó a verse como una contradicción, machacada por los adversarios políticos casi como una maldición.
¿DEMASIADA ESPERANZA? MIRANDO LAS DOS EXPERIENCIAS, UNA POLÍTICA Y LA OTRA DIVINA, QUIZÁ EL PROBLEMA SEA EL DEPOSITAR DEMASIADAS EXPECTATIVAS EN UNA SOLA PERSONA SIN DIMENSIONAR LA GIGANTESCA EMPRESA QUE LE EXIGIMOS CUMPLIR.
Sin dudas, la diferencia está en la impronta que los líderes quieren dejar como herencia.
Benedicto XVI fue quizá el Papa menos popular al asumir el cargo. Pero con su renuncia no solo humanizó el cargo, sino se consideró una fuerte denuncia de lo que hoy ocurre en la cúpula católica y la urgente necesidad de los cambios.
Lugo asumió el poder y generó sueños más allá de las fronteras. Era una novedad mundial y su inflamada fama de cura socialista demandaba un gobierno distinto, casi celestial. Primero fueron sus escándalos de paternidad y luego las guerras de poder los que inmovilizaron su gobierno, frenando los mínimos cambios en camino. Parte de sus exseguidores que ahora le niegan el carnet de izquierda critican su falta de coraje para aplicar mínimos cambios.
ENTRE EL SUEÑO Y LA REALIDAD. Bien se sabe que cuanto mayor es la expectativa mayor es la decepción.
El nuevo Papa está hoy en la mira mundial por lo que fue, por lo que dice, por lo que hace, por lo que viste. La cruz que le obliga llevar este tiempo es muy pesada. El mundo católico y el no católico esperan de él todo lo que los anteriores no pudieron o no se animaron a hacer. Al igual que Lugo, Bergoglio tiene el diagnóstico de la delicada situación de su pueblo. En su sabiduría está elegir cuál es el tumor más urgente que debe extirpar. Se le pide humildad y a la vez inflexibilidad con los pecados de la Iglesia.
Ojalá que el nuevo Papa no termine como Lugo, que hizo historia como alternancia, pero no completó su misión sagrada de cambiar el estado de cosas para que el pueblo vuelva a confiar en sus instituciones y en sus hombres.