El Evangelio relata a continuación la reacción airada del jefe de la sinagoga, que pone por delante de la misericordia la observancia de un precepto. Una reacción que escondía hipocresía, y que contrasta con la alegría de la gente al ver las maravillas que hacía Jesús. No quiere el diablo, el enemigo de nuestra santidad, que nos acerquemos al Corazón de Jesús y pone toda clase de obstáculos, pero hemos de reaccionar con firmeza, para ir al Señor y con sencillez mostrarle los nudos que atenazan el alma, para que los desate su misericordia.
Si guardáramos algún afecto al pecado, viviríamos encorvados sin poder levantar la vista al cielo, con la mirada baja, ocupados solo de las cosas de la tierra, como si Dios no existiese. El afecto al pecado atenaza, provoca replegamiento sobre nosotros: el horizonte de la vida se estrecha y los mejores talentos se desaprovechan. El corazón del hombre ha nacido de Dios y tiene anhelos de infinito, de él. Puede conformarse con lo efímero, pero eso no calma su sed profunda, camina en círculo, se traiciona a sí mismo y los intentos de dar alguna utilidad a su vida se van marchitando. Llenemos nuestro corazón de verdaderos anhelos que nos dan plenitud, y que nos hacen ir erguidos.
(Frases extractadas de https://opusdei.org).