12 jun. 2025

La Marcha

Carolina Cuenca

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Una multitud de ciudadanos piden la renuncia del presidente, Mario Abdo y su vice Hugo Velázquez.

Foto: Andrés Catalán.

Hoy se recuerda un acontecimiento histórico sucedido en 1930 en la India, conocido como la Marcha de la Sal —o por lo menos es una efeméride marcada en el calendario, porque, de entrada, es ya difícil saber lo que sí recordamos de la historia, considerando todo lo reiterativos que andamos en los errores del pasado, pero, en fin—, aquella fue una manifestación inteligente, osada y no violenta del llamado Alma Grande, Mahatma Gandhi, líder que conduciría a su país a la independencia del Imperio británico.
No era la primera manifestación pacífica de Gandhi, quien incluso se jugó su vida en las huelgas de hambre que hacía en protesta por las actitudes injustas de sus colonizadores, método que impacientaba a sus camaradas del Partido del Congreso Nacional Indio, quienes proponían el camino de las armas para expulsar a los ingleses.
Considerando la situación actual donde vemos mucho nivel de indolencia y falta de empatía de nuestros gobernantes a los justos reclamos de la ciudadanía, por un lado, y, por el otro, una incapacidad de componer una alternativa ajustada al derecho natural, y salir del esquema masa o turba, que es ideal para los pescadores de río revuelto, creo que es interesante mirar el proceso exitoso que encabezó Gandhi, muy estudiado desde el punto de vista político y sociológico y, antes, incluso en universidades paraguayas, era muy elogiado.
Con los indios, los británicos no cedían. Incluso Churchill con su conocida ironía calificó a Gandhi de “faquir sedicioso”. ¡Muy similar a esa falta de lectura realista de nuestros gobernantes de los reclamos reales del pueblo!
La Marcha de la Sal fue parte de una campaña de desobediencia civil que apuntaba a ejercer un derecho natural de sus compatriotas: producir su propia sal, cosa que hacían millones de indios extrayendo agua del mar y dejándola evaporar en un cuenco, y era muy necesario para conservar los alimentos, pero los británicos impusieron en la India un monopolio sobre su producción y distribución, más un impuesto. Acá en Paraguay están tocando nuestra salud, desviando los fondos públicos que eran para cubrir necesidades muy básicas, es como tocar nuestra sal, nuestra subsistencia. Es justo pedir cuentas, pero, cuidado, no nos convirtamos en masa, seamos pueblo, en el sentido de buscar lo esencial y no dejar que voceros o analistas interesados tomen nuestra palabra para manipular nuestros sentimientos y nuestra indignación.
Gandhi y algunos discípulos caminaron en procesión 300 kilómetros cantando un himno religioso, llegados al mar, ya eran una multitud, y simplemente recogieron agua salada en recipientes para producir su propia sal. Aunque otros elementos más abstractos de la lucha por la Independencia no captaban el interés de las castas pobres, este gesto sí la legitimó. Luego de encarcelar violentamente a más de 60.000 “ladrones de sal indios”, y ante la falta de resistencia en los arrestos, los británicos comenzaron a ceder. Increíble pero cierto.
Creo que debemos hallar también nosotros los paraguayos una voz propia que respete la institucionalidad y los valores de la vida, la familia y las libertades básicas, como elementos esenciales y referenciales intocables, y lleve la protesta hacia el bien común. No necesitamos una segunda república o un reseteo, ni una nueva normalidad, necesitamos que nuestra identidad salga a flote con respuestas propias e inteligentes. Necesitamos encontrar la manera y el gesto cívico no violento que haga escuchar la voz y el sentimiento de las personas y de las familias de carne y hueso. Y salir así de la lógica de poder, para entrar de nuevo en la lógica de servicio y solidaridad que nos enseñaron nuestras abuelas. Mucha agua corrió bajo el río hasta llegar a la Independencia de la India en 1947. Este camino requiere el coraje de no apelar a la violencia, pero sí seguir la lucha por vías pacíficas hasta hacernos escuchar y vivir nuestro proceso desde nuestra identidad.