En el evangelio de la misa leemos esta enseñanza del Señor: Nadie enciende un candil y lo tapa con una vasija o lo mete debajo de la cama; lo pone en el candelero para que los que entren tengan luz.
Examinemos hoy nosotros si aquellos que trabajan codo a codo con nosotros, quienes viven en el mismo hogar, los que nos tratan por motivos profesionales o sociales reciben esa luz que señala el camino amable que conduce a Dios. Pensemos si esos mismos se sienten movidos a ser mejores.
San Pablo escribe a los primeros cristianos de Filipo y les exhorta a vivir en medio de aquella generación apartada de Dios, de tal manera que brillen como luceros en medio del mundo. Y su ejemplo arrastraba tanto que en verdad se pudo decir de ellos: “lo que es el alma para el cuerpo, esto son los cristianos en medio del mundo”, como se puede leer en uno de los escritos cristianos más antiguos.
El papa Francisco, a propósito de la lectura de hoy, dijo: “Jesús nos habla de la lámpara, que no se pone debajo del celemín, sino en el candelero. Ella es luz y el evangelio de Juan nos dice que el misterio de Dios es luz y que la luz vino al mundo y las tinieblas no la acogieron. Una luz que no puede esconderse, sino que sirve para iluminar. Uno de los rasgos del cristiano, que ha recibido la luz del bautismo y debe darla. El cristiano es un testigo. Y precisamente la palabra testimonio encierra una de las peculiaridades de las actitudes cristianas. En efecto, un cristiano que lleva esta luz debe hacerla ver porque él es un testigo. Y si un cristiano prefiere no hacer ver la luz de Dios y prefiere las propias tinieblas, entonces le falta algo y no es un cristiano completo”.
(Frases extractadas de http://www.homiletica.org/francisfernandez/franciscofernandez0422.htm y https://www.regnumchristi.org/es/lunes-25-septiembre-2017-escuchando-los-oidos-del-corazon/)