Por Mons. Ignacio Gogorza (*)
Hace unas semanas atrás hemos tenido las elecciones para las intendencias, y hay una de las tantas palabras que me golpeaba los oídos al escuchar a ciertos candidatos: “Debemos ser leales a nuestro partido sin dejarnos engañar por aquellos que nos quieren alejar de nuestras tradiciones”. Y en los discursos pronunciados en los actos de toma de posesión, muchos intendentes electos dijeron: “Seré leal al partido que me ayudó a ganar el cargo que hoy asumo ante ustedes y el pueblo”.
En círculos de amigos, de asociaciones y de grupos con objetivo común solemos afirmar: “Confía en mí porque seré leal a la amistad o a los objetivos que nos hemos propuesto”. Con mayor fuerza, si bien con otros términos decimos en el momento de casarnos o comprometernos a una vida consagrada o de un servicio generoso y desinteresado: “Seré fiel en las buenas y en las malas; solo la muerte nos separará.
Podíamos añadir otros ejemplos, pero en síntesis, al analizar el caminar de la vida humana, nos lleva a la conclusión que toda vida se fundamenta para su realización en las lealtades o fidelidades a sus propios compromisos e ideales. ¿Qué es ser leal? ¿Qué diferencia existe entre lealtad y servilismo?
La lealtad señala una cierta constancia o tesón en nuestro apego a las personas, grupos, instituciones o ideales con los que hemos decidido identificarnos. Ser ciudadano o amigo leal significa obrar dentro de un marco de interés por el bienestar de nuestro país o nuestro amigo o compañero. Esto es muy diferente del servilismo, que nos conduce a la despersonalización y a la incapacidad de pensar y de actuar en consonancia con la libertad.
Vende su libertad y su dignidad a quien le ha comprado su conciencia en trueque a un favor interesado que se le hace.
La lealtad opera a un nivel más alto. Por ejemplo, el presidente presta un juramento de lealtad a la Constitución, al igual que otros funcionarios, agentes y miembros de las fuerzas armadas. Los ciudadanos juran lealtad a la bandera. Estas expresiones enfatizan ciertas cuestiones fundamentales, pero dejan un amplio margen para el desacuerdo.
La verdadera lealtad sobrevive a los contratiempos, resiste la tentación y no se acobarda ante los ataques. Y la confianza que nace de una lealtad genuina impregna nuestra vida entera.
Un ejemplo esclarecedor encontramos en David. Permanece leal a su rey Saúl, el ungido del Señor y padre de su mejor amigo, Jonatan, a pesar de que Saúl intenta matarlo. En dos ocasiones David tiene la oportunidad de destruir a Saúl, pero se abstiene de hacerlo por lealtad. No cae, sin embargo, en el servilismo ya que David continúa manteniendo su identidad y sus ideales en medio de la persecución que sufre.
Precisamos de estas posturas claras y autenticas en defensa de nuestras convicciones e ideales, sin dejarnos llevar por la conveniencia momentánea que nos degrada como personas y nos conduce a un servilismo esclavizante.
(*) Obispo de Encarnación y presidente de la CEP.