El ajustado triunfo en Brasil de Lula da Silva sobre el actual mandatario, Jair Bolsonaro, ha cerrado un mapa que empezó a dibujarse en julio de 2018 con el triunfo en México de Andrés Manuel López Obrador y en octubre de 2019 cuando el peronismo volvió a la Casa Rosada de la mano de Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner.
Le siguieron Pedro Castillo en Perú, que también se impuso a Keiko Fujimori por un estrecho margen, y más recientemente Gabriel Boric, en Chile, y Gustavo Petro, que en agosto pasado se convirtió en el primer presidente de izquierdas que gobierna en Colombia. Se suman a este movimiento Luis Arce en Bolivia, Xiomara Castro en Honduras y Laurentino Cortizo en Panamá.
UNA MAREA ROSA DISTINTA. Pero este avance de las opciones progresistas poco se parece al de la anterior Marea Rosa, cuando una sucesiva oleada de triunfos de los candidatos de izquierda entre 1998 y 2005 apartó del poder a los gobernantes conservadores en Venezuela, Argentina, Chile, Brasil, Bolivia, Uruguay y Perú.
Quedaba atrás una etapa caracterizada por políticas neoliberales que se tradujeron en apertura comercial, desregulación de sectores productivos estratégicos y privatización de empresas públicas.
Dos décadas después, este nuevo impulso de la izquierda regional enfrenta un complicado panorama debido a circunstancias políticas que socavan el Estado de derecho y provocan una pérdida de confianza de los ciudadanos en las instituciones democráticas a causa de la inequidad social, la pobreza, la corrupción generalizada, el ascenso del populismo y la presencia del crimen organizado, entre otros factores.
“Lo que estamos viendo en América Latina es a la gente votando contra los que están en el poder, castigándolos y mandándolos a la oposición”, comenta a EFE Patricio Navia, profesor titular de estudios liberales de la Universidad de Nueva York.
Este es un fenómeno que afecta, incluso a presidentes que han sido elegidos recientemente, como es el caso de Boric, que asumió la presidencia de Chile en marzo y cuyo índice de aprobación está por debajo del 30 porciento. Además, en setiembre pasado, los votantes rechazarón de manera amplia el proyecto de nueva Constitución que impulsaba el Gobierno.
En tanto, el índice de aprobación del presidente colombiano, Gustavo Petro –que asumió en agosto pasado–, descendió 10 puntos, del 56 al 46 por ciento, en apenas dos meses y medio.
“La gente se decepciona de forma relativamente rápida de sus nuevas autoridades, porque la situación económica es muy complicada, porque hay inflación y no hay suficiente crecimiento. Eso hace que los gobiernos terminen pronto su luna de miel y afronten desafíos muy complejos”, agrega el también profesor de la Universidad Diego Portales de Chile.
IMPACIENCIA Y MALESTAR CIUDADANO. La desaceleración del crecimiento económico –con algunos países incluso en recesión–, la elevada inflación y el aumento del desempleo están generando malestar e impaciencia entre los ciudadanos, muchos de los cuales pasaron de la clase media a la pobreza, a pesar incluso del gasto realizado por los gobiernos durante el prolongado cierre a causa de la pandemia a fin de mantener un minimo nivel de protección social.
El FMI, la Cepal y otras instituciones económicas han rebajado las expectativas de crecimiento para la mayoría de los países de la región, que en 2023 crecerá apenas un 1,4 por ciento. Mientras tanto, los bancos centrales han optado por elevar considerablemente las tasas de interés para encarar una fortaleza del dólar que golpea a los mercados emergentes y frenar la inflación, aun a riesgo de ralentizar el crecimiento económico. “De las veces que a los líderes de izquierda les ha tocado estar en el poder, esta va a ser la más difícil. La economía no va a crecer o va a crecer muy poco en 2023, las necesidades son muy grandes”, advierte Patricio Navia, quien no cree que los electores latinoamericanos estén votando por la izquierda de manera concertada.