Enrique Cosp
Historiador
El proceso independentista del Paraguay y de los demás estados hispanoamericanos, se vio por mucho tiempo, y tiende a verse todavía, desde una óptica nacional. Una lucha de paraguayos vs españoles, argentinos vs españoles, peruanos contra españoles, etc.
Pero esa mirada es engañosa, cuando inició el proceso de divorcio político entre España y sus colonias americanas, todavía no existían identidades nacionales bien definidas.
El ejército de San Martín no fue un ejército argentino -si bien Buenos Aires jugó un rol protagónico en su organización y financiamiento-, fue un ejército conformado por soldados de actuales provincias argentinas que aún no se sentían argentinos, además de soldados chilenos, paraguayos, peruanos, uruguayos, incluso franceses y británicos.
Los ejércitos del otro gran libertador sudamericano, Simón Bolívar, tampoco eran fuerzas nacionales. En las filas de las tropas de Bolívar estuvieron mezclados habitantes de lo que hoy es Colombia, Venezuela, Ecuador, Bolivia, Perú, y allí también hubo una buena cantidad de combatientes europeos, entre ellos el irlandés Daniel O’Leary, que se convertiría en un fiel y cercano colaborador de Bolívar.
Varios de los actuales países hispanoamericanos ni siquiera tenían los mismos nombres a comienzos del siglo XIX. Bolivia era todavía el Alto Perú, Colombia tenía por nombre Nueva Granada, y Provincias Unidas era el nombre de lo que más tarde pasaría a llamarse Confederación Argentina, y tiempo después República Argentina.
IDENTIDADES DÉBILES
No había una idea clara y única sobre qué territorios y poblaciones conformarían los nuevos estados. La futura Argentina se pasó muchos años redibujando su mapa, a medida que las diferentes provincias se unían y luego se combatían. Los diputados de las Provincias Unidas se reunieron en Tucumán y declararon su independencia de España el 9 de julio de 1816, y luego la propia provincia de Tucumán se independizó de Buenos Aires en 1819, formando la República Federal de Tucumán, que incluyó también a las provincias de Catamarca y Santiago del Estero.
Estos y muchos otros hechos, nos indican lo débiles (si no inexistentes) que eran las identidades nacionales sudamericanas. Fue otro tipo de identidad la que movilizó a la América hispana para separarse de la madre patria, una identidad de clase, la clase criolla.
En lo más alto de la pirámide social colonial se encontraban los españoles, es decir, los nacidos en España. Los criollos eran hijos o descendientes de los españoles, pero habían nacido en América, y tan solo esta diferencia, los convertía en segundones en la estructura social, y era suficiente motivo para que los españoles los discriminen.
A pesar de que de los casi 17 millones de habitantes de la América hispana al iniciar el siglo XIX, solamente entre 30 a 40 mil habían nacido en España, estos tenían reservados los mejores cargos de la función pública y del clero, y dominaban el comercio.
Los cerca de 3,2 millones de criollos, no solo se sentían discriminados política y económicamente, sino también socialmente.
Alexander Von Humboldt, estudioso aventurero que recorrió las colonias españolas en América en los primeros años del siglo, hizo interesantes observaciones sobre esa tensión entre clases sociales, mencionando por ejemplo que:
“El más bajo, menos educado y cultivado europeo se cree a sí mismo superior al blanco nacido en el Nuevo Mundo”.
Lucas Alamán, escritor que nació en México en el periodo final de la colonia (1792), manifestó cuanto sigue:
“Esta preferencia mostrada hacia españoles en cargos políticos y beneficios eclesiásticos ha sido la principal causa de rivalidad entre las dos clases; agréguese a esto el hecho de que los europeos poseían gran riqueza, la cual, aunque haya podido ser la justa recompensa de esfuerzo e industria, excitaban la envidia de los americanos y era considerada como una usurpación hacia ellos”.
En Quito, las reacciones revolucionarias empezaron antes que en otras partes de Sudamérica, y allí también los criollos se quejaron de que “la palabra criollo ha sido usada como un término de abuso y desprecio”. Revolucionarios de diferentes partes del continente se expresarían en términos similares, denunciando a los españoles como ignorantes y soberbios que discriminen.
Félix de Azara, quien llegó a estar en Paraguay, dijo que la tensión entre españoles y criollos era tanta, que a menudo la aversión existía entre padres e hijos, entre esposo y esposa.
LA GUERRA DE LOS CRIOLLOS
Ha sucedido múltiples veces en la historia, que cuando una clase social minoritaria, se asigna privilegios a sí misma en detrimento de otra, esta última reacciona para conquistar influencia y nuevos derechos. Sucedió en la Antigua Roma, cuando la plebe quiso ganar derechos y representación política, y la oligarquía senatorial intentó impedírselo. También sucedió en la Francia revolucionaria, tan solo un par de décadas antes de las revoluciones independentistas en Sudamérica, cuando la burguesía luchó por destruir los privilegios de la nobleza y desplazar política y económicamente a esta clase.
Lo mismo sucedió en la América española a comienzos del siglo XIX (con las correspondientes y numerosas diferencias entre los casos citados), la guerra de independencia, antes que una guerra entre naciones, fue una guerra civil en la que la clase social criolla, reconociendo su propio potencial y harta de los privilegios de la clase dominante española, aprovechó el vacío de poder que provocó la invasión de Napoleón a España y el apresamiento del rey, para reordenar la estructura social y conquistar derechos.
Después de tantas generaciones, para los criollos era ya momento de conseguir su turno para conducir las riendas del gobierno, la iglesia (a nivel local) y la economía, y tras casi 20 años de guerra, lo lograron.
Las identidades nacionales llegarían y suplantarían a la identidad criolla, pero después.
Ensayo
La gesta de la independencia del Paraguay, en mayo de 1811, como en otros países de América, fue una guerra civil de la clase social criolla.