19 ago. 2025

La herida abierta

Gustavo A. Olmedo B.

“El papa Francisco ya no tiene palabras para pedir perdón, expresar su dolor y vergüenza”, señala en un artículo el periodista y biógrafo argentino Sergio Rubín, añadiendo que “definitivamente, los abusos sexuales cometidos por miembros del clero constituyen la gran cruz” de su pontificado. Las denuncias de estos crímenes llevados a cabo por sacerdotes, claramente con graves trastornos sicológicos y emocionales, o encubiertos por clérigos de alto rango se han convertido en el dolor de cabeza del Obispo de Roma, quien debe lidiar entre la presión mediática –muchas de ellas anticlericales–, las luchas internas en la Iglesia –grupos de ultraconservadores que quieren su renuncia– y la necesaria y urgente búsqueda de la justicia y la verdad ante estos hechos; un camino difuso, tan complejo como vital para avanzar apropiadamente en este angustioso escenario.

El horror que experimentan las víctimas de este tipo de prácticas en la sociedad, venga de donde venga, sean religiosos o no, es imposible de imaginar, y repudiable desde todo punto de vista. La ley debe caer con todo su peso y fuerza sobre aquellas personas halladas culpables.

Ante estas realidades es necesario tomar una postura. Por un lado, reconocer la necesidad de no ser cómplices con el silencio o el miedo ante este tipo de casos. Estas prácticas patológicas deben salir a la luz para detener su vorágine destructiva. Y, por otro, acompañar a los aquellos que están viviendo con santidad y dedicación su vocación de servicio, amor a Cristo y al prójimo, así como pueden, entre limitaciones y hasta incoherencias. Corresponde no olvidar a las miles de personas consagradas que en este momento están dando la vida –en muchos casos, literalmente– por los enfermos, pobres, refugiados, adictos y encarcelados, en nuestro país y todo el mundo.

Es tiempo de dolor para esta milenaria institución y, por ende, de purificación y saneamiento interior, siempre necesario. Quienes solo están en ella por ambición y poder, alejados del crucificado, están llamados a ser honestos, rectificar rumbos o dejar la sotana y hacer su propio camino. Como dice el mismo Francisco, hay una diferencia entre ser pecador y ser corrupto; el primero asume su mal y busca el cambio; el segundo, “disfruta” en su podredumbre.

Asimismo, se debe reconocer la urgencia de una observación atenta y minuciosa hacia la formación y aceptación de seminaristas. Hay carencias afectivas y emocionales que deben tenerse en cuenta, con cuidado y respeto, pero con mucha seriedad.

Los abusos sexuales son uno de los peores flagelos que azotan a las sociedades y deben ser atacados de raíz. La violencia, abusos físicos y sicológicos, ausencia de los padres, familias disgregadas, machismo, ignorancia y pobreza son semilleros potenciales de futuros pederastas.

La postura del Papa argentino de enfrentar los casos y las denuncias, encontrarse con las víctimas, aplicar medidas, etc., son una buena señal y un ejemplo para instituciones y sus liderazgos.

Como lo expresó recientemente en una oración en público en Irlanda: “El Señor mantenga y acreciente este estado de vergüenza y de compulsión, y nos dé la fuerza para trabajar para que nunca más sucedan y para que se haga justicia”. Una llamada a mantener vivo el dolor, recordando que la “vasija de barro”, la Iglesia, requiere “fuerzas”, porque es indigna del tesoro que porta.

No se trata de justificar acciones, sino de enfrentar la realidad con honestidad, inteligencia y humildad, manteniendo la “herida abierta”, como reclamo y modo de sanación, y memoria de la necesidad de justicia y verdad que tenemos todos, y nos hace diversamente iguales y profundamente humanos.