14 may. 2024

La esperanza nunca se enmohece

Pudiendo apenas disimular el orgullo y la enorme alegría que lo embargaban, don Gervasio acompañaba a su hija, flamante contadora recién graduada en una prestigiosa universidad en Asunción, para las fotografías de rigor. El traje que usaba conoció tiempos mejores y la corbata le molestaba, pero posó estoico para varias tomas junto a su hija, esposa y con toda la familia rodeando a la brillante egresada. El cuadro, de por sí hermoso, lo era mucho más conociendo las circunstancias de la familia Gutiérrez.

Don Gervasio nació, creció y trabajó toda la vida en el Chaco. Hijo de un encargado de estancia, se compenetró con las labores propias del oficio y, muchos años después y habiendo realizado varios cursos de inseminación, manejo racional de pasturas y otros relacionados a tareas del campo, se desempeñó a su vez con el mismo cargo de su padre en un par de establecimientos. En el último de ellos, donde trabaja desde hace más de 14 años, fue el patrón mismo quien le instó a enviar a sus 3 hijos a la escuela.

“No es que nos gustó demasiado”, me comentó una vez, agregando que su esposa y él –ambos analfabetos– tenían un comprensible temor y muchas dudas, que luego se disiparon cuando veían cómo sus hijos absorbían conocimientos en una escuela rural apoyada por una colonia menonita, y sintieron que todos los esfuerzos que habían hecho rindieron sus frutos cuando años más tarde los 3 se recibieron, el mayor de bachiller agropecuario y trabajando ya muy bien en la Cooperativa, la segunda aprovechó una beca de Itaipú recibiéndose ahora de contadora pública, y la menor, también becada, siguiendo los pasos de la hermana, pero en otra carrera.

“Es la primera universitaria de nuestra familia”, relata el Sr. Gutiérrez a todos sus amigos y conocidos; “queríamos con mi señora hacerles estudiar, pero no sabíamos cómo hacer”. Y fue gracias a la correcta predisposición y apoyo de sus empleadores, el trabajo social de las colonias menonitas con las escuelas y centros de formación de sus áreas de influencia y la ayuda de algunos conocidos que les apoyaron con trámites diversos, que la realidad y el futuro de los hijos de este matrimonio son más que auspiciosos, y su horizonte mucho más amplio de aquel que nunca pudieron siquiera imaginarse sus padres.

En una sola generación, gracias a un empleador que tuvo la gentil firmeza de exigir a su empleado que haga un esfuerzo por sus hijos, aún a costa de perder horas de su valioso trabajo, y a los centros educativos apoyados por empresas y organizaciones con responsabilidad social, la realidad de esta familia cambió radicalmente, y en este cambio todos los agentes salieron gananciosos. “Esperanza ningó na havêi”, sentencia don Gervasio, mirando la inmensidad del Chaco paraguayo, y tiene toda la razón, habiendo demostrado con su ejemplo de vida y actitud realista, pero siempre optimista, que los cambios son posibles a través del trabajo y el trazado de objetivos a partir de aquellos.

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