28 mar. 2024

La enfermedad que pone al mundo ante el espejo

Susana Oviedo – soviedo@uhora.com.py

En muchas ocasiones oí decir que el Paraguay es un país rico, pero empobrecido. Que si se redujeran los niveles de corrupción y se lograra destinar genuinamente al menos la mitad de los recursos que ingresa a las arcas del Estado para atender las necesidades básicas de su población, se podría garantizar una mejor calidad de vida a la población y reducir los niveles de injusticia social que se muestran en todos los rincones.

Hoy, como nunca, se hacen patentes esas expresiones cuando vemos qué mal se venía gastando de esa porción que no se roba directamente y se convierte en salariazos e innúmeros privilegios que se canalizan conforme a groseros criterios clientelistas y que constituyen una afrenta para un país en desarrollo y con tantas desigualdades.

El diario Última Hora nos mostró con un claro ejemplo hace unos días al colocar por un lado el salario que percibe el doctor Guillermo Sequera, con una altísima formación y enorme responsabilidad como director general de Vigilancia de Salud del Ministerio de Salud Pública, quien tiene un salario muy parecido al jefe de los mozos del Senado y mucho menos que un chofer de Yacyretá.

Ejemplos de este tipo abundan y los medios llevan años demostrando la inequidad imperante, y los privilegios que tiene un número reducido de compatriotas frente a una gran masa trabajadora cuyo salario no da sino para comer y pagar algunos servicios.

¿Quién puede ahorrar con un salario mínimo que en lugar de considerarse piso se usa como techo?

La pandemia del coronavirus coloca frente al espejo a todos los países y muestra cómo algunos de ellos están gobernados por personajes sin una mínima conciencia de su propia responsabilidad.

Muestra todas las condiciones humanas: Desde increíbles muestras de solidaridad y entrega por los demás, hasta las más viles mezquindades y conductas egoístas que pudiera uno imaginarse. Nos enseña, como corriendo un gran telón gris, cómo los seres humanos estamos destruyendo el planeta.

Muestra el vulnerable sistema sanitario público de la mayoría de los países latinoamericanos frente a una Europa mejor dotada y preparada para asistir a sus ciudadanos, en igualdad de condiciones.

Muestra la jauría de especuladores que, aún ante una amenaza global ante la cual ni los países más poderosos se sienten a salvo, buscan cómo aprovecharse de la gente. Y en el caso de Paraguay, desnuda a un país golpeado, saqueado, remendado, pisoteado y carcomido por una casta de privilegiados quienes, confabulados con políticos oportunistas, la manejan a costa de condenar a la pobreza a una amplia mayoría que en estos momentos está siendo arrojada a la calle.

Muestra también los resultados de décadas de recursos públicos desviados de objetivos como el disponer de los mejores sistemas de salud, educación, transporte público. Nos expone como en una radiografía lo que nos han dejado y siguen dejando dirigencias políticas –apañadas por empresarios– en su carrera por mantener solo para ellos sus estándares de vida de Primer Mundo.

Por eso este es un momento histórico. El 2020 podría quedar registrado como el año en que en el Paraguay, por efecto de la pandemia por coronavirus, se produjo una gran reestructuración del Estado que terminó con todos los sistemas de inequidad que existían, incluyendo el tributario. O, bien, puede pasar simplemente, como el año en que se realizaron algunos recortes temporales a los desvergonzados salarios públicos en ciertos niveles y en que se autorizó una línea de crédito de USD 1.600 millones para afrontar la emergencia sanitaria y financiera, pero que siguieron pagando las siguientes generaciones, mientras el país continuaba igual a antes de la llegada del temible patógeno. Es un gran reto, en medio de otros como los que tiene ahora gran parte de la población respecto a si tendrá qué comer mañana o si sobrevivirá a la pandemia.

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