Con esta frase, Liliana Olivieri, la sicóloga argentina y experta en educación sexual, se refería en una entrevista sobre la necesidad de profundizar y ampliar la visión al respecto.
Entender que la educación sexual es mucho más que sexo no es cosa sencilla. Organizaciones, políticos y hasta médicos la reducen a la difusión del uso del condón y del mito de las relaciones sexuales sin riesgo, las pastillas anticonceptivas –sin explicar sus contraindicaciones– y, tristemente, hasta de la posibilidad del aborto como opción, utilizando eufemismos y sin profundizar sobre la gravedad del hecho. “Existe la idea de equiparar la sexualidad a la genitalidad. La sexualidad es un modo de ser, de pensar, de sentir. Por eso la educación sexual es educar la personalidad, formar el carácter. Es importante que el chico se conozca a sí mismo, tenga autoestima sólida y autodominio”, afirma la experta.
Inmersos en un ambiente que banaliza todo lo sexual y desprecia el pudor natural es lógico el apoyo a la salida más simplista, y también lucrativa para muchos. Pero respecto al tema, no corresponde saturar de datos a los niños y jóvenes sin el desarrollo de un sentido crítico, esa educación al uso de la razón, para gestionar todos los factores intervinientes y tomar decisiones adecuadas; no basta una pastilla o un componente subcutáneo para pensar que todo está solucionado.
La sobrecarga de estímulos a los que estamos expuestos termina mutilando la sexualidad y su sentido genuino y disfrute verdadero. Ella es bella y como tal debe ser aceptada en toda su dimensión, es el gran desafío.
Se habla mucho de la falta de una educación en este campo; sin embargo, todas las instituciones educativas cuentan con un programa al respecto y hasta incluyen capacitaciones externas con equipos de las Naciones Unidas y ONGs.
La “Encuesta Global de Salud Escolar”, realizada en 2017 a chicos de 13 a 17 años, y difundida por el Ministerio de Salud, revela que uno de cada cinco (21%) de los adolescentes de la educación secundaria empezó a tener relaciones sexuales antes de los 14 años, entre 11 y 12; y que de ellos, el 77% ya tuvo con dos o más personas, aunque el 72% dijo haber utilizado métodos anticonceptivos.
Entonces, quizás el problema no sea la falta de información, sino el confundir educación con la instrucción, una sin conexión con la responsabilidad, el desarrollo de la personalidad, el entorno saludable, la familia, etc.
Y aquí surge la pregunta inevitable sobre dónde están los padres, la familia o el responsable de un niño o niña de 11, 12 o 13 años que tiene este tipo de experiencias precoces, inadecuadas a su madurez sicológica y emocional. Por lo menos, debería ser una llamada de atención, fuera de los casos excepcionales. Hay que asumir que los padres disponen cada vez de menos tiempo para los hijos, para escucharlos y atenderlos; muchos desconocen el proceso que están viviendo.
La educación sexual integral es necesaria. Pero no todo se resuelve con ella. Aunque a muchos no les guste, también es necesario hablar claro de promiscuidad, sexualidad irresponsable, vacío existencial, hoy, poco analizados.
Por ello vale apostar por una educación en la responsabilidad y la libertad, esa que ayuda a estar abiertos a la pregunta sobre qué es lo que realmente satisface nuestro inquieto corazón humano, colmado de deseos, esos que, al final de cuentas, no se conforman con simples pastillas o promocionados látex.