Con algo de cinismo y otro tanto de acierto, Jorge Luis Borges calificaba a la democracia como un abuso de la estadística. Aunque la intención del escritor argentino haya sido distinta, su frase revela un vicio del sistema: el electoralismo desbocado e inconducente.
Claro está que no hay peor democracia que en la que no se vota. La realización del acto eleccionario tiene un alto valor simbólico por una razón tan simplemente humana como la de respirar: la posibilidad del cambio, de la renovación.
Independientemente de la probidad o no del resultado del escrutinio ciudadano, el voto es la mejor arma para que la democracia pueda sobrevivir como sistema.
El politólogo polaco, Adam Przeworski, galardonado el año pasado con el Nobel de las Ciencias Políticas, destaca en una reciente entrevista con Clarín que “las elecciones dan a la gente el sentimiento de poder influir, de poder cambiar los gobiernos y a los que nos gobiernan. La democracia es el único método que tenemos para gestionar conflictos políticos en paz y libertad. Y esto es un verdadero milagro”.
A la pregunta de cómo puede ser que existiendo el sufragio universal, que sostiene la democracia, persista la desigualdad, el cientista responde que eso se da “porque es muy difícil remover la desigualdad. No sabemos cómo redistribuir e igualar las capacidades productivas. Lo que sabemos hacer es redistribuir el consumo. Cuando apareció el lenguaje de la redistribución se pensaba en la tierra y ella es bastante fácil de distribuir. Hoy día, ¿qué quiere decir redistribuir activos? Nadie sabe... Además de no saber bien cómo redistribuir, hay resistencia para remover la desigualdad de parte de los sectores que perderían. Por otra parte, y a pesar del sufragio universal, el diseño institucional en muchos países favorece el statu quo. Las reformas son difíciles y hay que tener más que una mayoría política”.
Agrega también que “la democracia nos garantiza que no haya hambrunas. No es que no haya hambre cuando hay crisis... En India y China, donde hay regiones sobre las cuales nadie sabe nada y la información no aparece (con la prensa y la democracia, uno se entera siempre). Una vez que el hecho aparece en la escena pública, el Gobierno tiene que actuar. En los interiores de India y China, la gente muere de hambre. El argumento no dice que el nivel de hambre promedio sea más bajo en democracia. Dice que la democracia maneja mejor las crisis y que, en general, logra superarlas”.
Las palabras de Przeworski sirven como un bálsamo contra las posturas autoritarias que se quieren valer de la democracia para vaciarla de contenido.
La capacidad de generar horizontalidad (posibilidad de perturbar a las élites) y la de manejar conflictos (resolver la crisis por los medios democráticos naturales) hacen de la democracia el mejor de los sistemas posibles.
Sin ella, estaríamos a merced de los falsos dueños de la verdad y ni siquiera podríamos decirles que están equivocados.