11 ago. 2025

La democracia que no tuvo infancia

Sin vuelta de hoja

El personaje de Don Fulgencio, del caricaturista argentino Lino Palacio, era notablemente singular.

Una caracterización en un cuerpo adulto de una persona que, sin embargo, vivía como un niño.

“El hombre que no tuvo infancia era la manera en que se lo presentaba en una tira cómica que tuvo gran predicamento en la región.

Nuestra democracia es como la vida de Don Fulgencio.

Tiene 23 años, pero se resiste tozudamente a madurar. Las reglas que se escriben no desean ser cumplidas por los mismos que las redactaron y algunos reconocen incluso que proyectos de leyes no han sido leídos ni analizados por sus proponentes.

El Congreso no es solo el sitio donde hay muchos infantes o lactantes democráticos, sino también en los demás poderes del Estado.

Existe un deslumbramiento indisimulado por el boato que rodea su ejercicio que nadie pretende vivir con la responsabilidad a cuestas que implica un cargo determinado.

Todos los presidentes en democracia han mostrado un lado infantil donde la actividad por ser tan compleja o difícil se la disfrazaba con una dimensión lúdica y escapista que procuraba inútilmente rescatar al hombre-niño que vive en cada uno de ellos. Tal vez esto sea así porque nos han puesto a esta niña llamada democracia en las puertas de nuestra casa común que es la patria, o quizás porque ella fue rescatada de alguna casa cuna donde ya no había ni tiempo ni paciencia para cuidarla.

En 1989, cuando cayó la dictadura, nos pusieron una democracia llorosa, sucia y sin padres responsables al cuidado de un pueblo que nunca había vivido una experiencia larga que le permitiera madurar un concepto de vida en democracia.

Aquella que entiende que la norma debe ser cumplida, el pacto honrado y la conversación adulta el camino para rescatar de la pobreza y de la inequidad a más de la mitad de la población de este país.

La tozuda actitud de los actores políticos en resistirse a madurar nos ha llevado a observar y padecer una democracia de juegos, arrebatos, exabruptos, berrinches, monerías y llantos.

No pudimos, por ejemplo, entender que la Constitución, nos guste o no, es el contrato social que nos hemos brindado. Y que si no nos agrada algo debemos cambiar sus artículos o ella completa y no emitir juicios como los de un ministro de Corte que afirmó que la ley fundamental no prohíbe que un expresidente no pueda ser senador electo.

El sofisma en el que cae explicando algo absolutamente claro termina concluyendo que la afirmación “será senador vitalicio” solo le corresponde aceptar al Congreso pero no al sujeto del artículo (¡).

Esto jamás podría ser dicho en un país donde las instituciones y sus representantes funcionen serio; sin embargo, en el Paraguay se lo dice con absoluto desparpajo en el inicio del año académico de una Facultad de Derecho del interior del país.

El solo hecho de admitir una idea como esta y no ser contestada es abjurar de nuestra condición de ciudadanos y en el caso de los estudiantes y profesores de la UNI admitir que la norma constitucional puede ser objeto de una interpretación rayana en el absurdo absoluto.

Los niños tienen una lógica de ese tipo en casi cada uno de las manifestaciones de su vida cotidiana y a veces hasta caen simpáticos, pero seguir siendo un niño cuando se tiene ya 23 años y a pesar de que no fuera una hija querida ni deseada por la mayoría no da derecho a que sigamos todavía mojando la sábana sin escandalizarnos.