Estamos en el inicio de un nuevo periodo presidencial, y esto genera enormes expectativas sobre las personas recientemente electas y designadas, esperando que mágicamente estos prójimos se conviertan en seres inusuales, quienes idealmente resolverán inmensos problemas en el lapso que dure su mandato. En realidad, estas personas entran en una batalla feroz, donde se explotará cada mínimo error que cometan, y se complacerá cada impulso oculto que tengan, todo por un precio…
Ejercer la función pública bajo el rótulo de “autoridad” es ponerse como individuo en el centro de una verdadera guerra de 360 grados, cuyos contendientes descubrirán la menor falla que pudiera cometer. En este ruedo, los intereses más primitivos se empeñan en preservar el dominio sobre la mayoría, valiéndose de la explotación de los defectos y vicios de los representantes electos, promoviendo la corrupción de sus percepciones, explotar la menor banalidad de su carácter y buscar complacer sus deseos más oscuros. La menor fisura en su personalidad será explotada maquiavélicamente. Entran en acción las políticas de defensa de los intereses de poderosos grupos económicos, que buscan mantener sus privilegios y zonas de influencia, en la inexistencia de escrúpulos o principios morales para la obtención de ventajas a cualquier precio, fomentando hasta el nombramiento de personas descalificadas, pero fieles a sus recurrentes dictámenes.
Mientras otros individuos más esclarecidos se desdoblan para desarrollar en estos representantes del pueblo el sentimiento de compasión frente a las necesidades sociales, a la sabiduría en escoger los rumbos que edifican el carácter y los valores humanos, garantizando la educación, salud, trabajo y el descanso, entre otras necesidades colectivas e individuales, alejándolas de sus propias debilidades por los consejos de buenos principios.
La afiliación a uno u otro grupo ya dependerá de la opción del individuo electo. En todos los niveles de la administración pública y en todos los sectores de la acción política y poder del Estado, se dará esta batalla dentro del alma de cada persona que la compone. En este ambiente no hay tontos ni ingenuos ni inocentes, pues para llegar adonde están cuentan con el hábil ejercicio de la inteligencia, y son totalmente capaces de distinguir los mejores caminos para la acción y actuar conforme sus intereses y principios personales.
Dado el enorme margen de libertad con que contamos en nuestro país, y las débiles instituciones de control que las componen, es inmenso el espacio para el juego de fuerzas e influencias que tiran en todas las direcciones. El tiempo demostrará qué valores y principios ya llevaban estas personas dentro de sí mismos antes de vestir el traje de autoridad, y por los cuales serán evaluados y juzgados por el soberano tribunal de la conciencia de la ciudadanía, que cada vez acciona más rápidamente.
Solo al final reconoceremos a los hombres y mujeres, funcionarios y agentes públicos, fieles a su conciencia, capacitados para el respetable trabajo de actuar en nombre de la sociedad. Representantes del pueblo que no habrán aceptado vender su dignidad por el precio vil del interés compartido, luchando para mantenerse como referencia en la defensa de la ciudadanía, satisfechos con su remuneración, sin el interés de ampliar sus ganancias desmesuradamente, capacitados para el difícil ejercicio de luchar por la verdad frente a los desvergonzados, los negociadores, los explotadores, todos estos muy bien disfrazados de “impolutos servidores de la justicia, de la ley y del bienestar públicos”.