La palabra griega que emplea San Juan correspondiente a habitar “significa etimológicamente ‘plantar la tienda de campaña’ y, de ahí, habitar en un lugar. A las señales de la presencia de Dios primero en la tienda del santuario peregrinante en el desierto y después en el templo de Jerusalén, sigue la prodigiosa presencia de Dios entre nosotros: Jesús, perfecto Dios y perfecto hombre, en quien se cumple la antigua promesa más allá de lo que los hombres podían esperar. También la promesa hecha por medio de Isaías acerca del Enmanuel o ‘Dios con nosotros’ (Is 7, 14) se cumple plenamente en este habitar del Hijo de Dios Encarnado entre los hombres”.
Desde entonces podemos decir con total exactitud que Dios vive entre nosotros. Cada día podemos estar junto a él en una cercanía como jamás hombre alguno pudo soñar. ¡Qué cerca estamos del Señor! ¡Dios está con nosotros!
Jesús está presente en nuestros sagrarios con independencia de que muchos o pocos se beneficien de su presencia inefable. Él está allí, con su cuerpo, con su sangre, con su alma, con su divinidad. Dios hecho hombre; no cabe mayor proximidad.
En la visita al Santísimo y en los actos de culto a la Sagrada Eucaristía agradecemos este don, del que a veces no somos del todo conscientes. Allí vamos a buscar fuerzas, a decirle a Jesús lo mucho que le echamos de menos, lo mucho que le necesitamos, pues “la Eucaristía es conservada en los templos y oratorios como el centro espiritual de la comunidad religiosa o parroquial; más aún, de la Iglesia universal y de toda la humanidad, puesto que bajo el velo de las sagradas especies contiene a Cristo cabeza invisible de la iglesia, redentor del mundo, centro de todos los corazones, por quien son todas las cosas y nosotros con Él (1 Cor 8, 6)”.
(Frases extractadas del libro Hablar con Dios, de Francisco Fernández Carvajal).