“¿Por qué os asustáis? ¿Todavía no tenéis fe?” En la vida de la Iglesia, y en nuestra vida habrá siempre tempestades, es decir dificultades. Mantengámonos serenos, sabiendo que el Señor está siempre junto a nosotros, nos ve y nos brinda su ayuda.
Los tres evangelios sinópticos narran dos tempestades que se levantaron bruscamente en las aguas generalmente tranquilas del lago de Genesaret. La del Evangelio de hoy fue la primera. Muchos autores, en especial los Padres de la Iglesia, han subrayado su carácter simbólico. En esta barca zarandeada por las olas han visto la barca de Pedro, la Santa Iglesia, pero también a cada cristiano, en su esfuerzo por ser fiel a nuestra fe cristiana.
Si tenemos en cuenta la actualidad más reciente, hoy podemos pensar sobre todo en la Iglesia, nuestra Madre. A este propósito, recordemos lo que ha dicho el papa Francisco en uno de sus documentos hablando de la Iglesia a los jóvenes: “En realidad, en sus momentos más trágicos siente la llamada a volver a lo esencial del primer amor” (Exhortación Christus vivit, 25 de marzo de 2019, n° 34).
Sin duda alguna, esta invitación nos llena de entusiasmo. Por consiguiente, en los momentos actuales cada uno debe tratar de responder a esa llamada lo mejor posible, tanto más cuanto que algunos podrían figurarse que Dios nos ha abandonado o que se desentiende de lo que sucede en nuestro mundo, en la Iglesia e incluso en nuestra propia vida. Sin embargo, sea cual sea nuestra impresión personal, tengamos la seguridad de que ese pensamiento no pasa de ser una tentación sin fundamento.
Basta recordar un texto maravilloso de Isaías, cuya lectura siempre nos consuela y nos da fuerzas: “Sion había dicho: El Señor me ha abandonado, mi Señor me ha olvidado. ¿Es que puede una mujer olvidarse de su niño de pecho, no compadecerse del hijo de sus entrañas? ¡Pues aunque ellas se olvidaran, Yo no te olvidaré!” (Is 49, 14-15). Por parte de Dios, es un auténtico compromiso, que nuestro Señor confirmó poco antes de subir al cielo, con una nueva promesa solemne: “Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20). Todos los días, incluyendo aquellos que tenemos costumbre de llamar “malos”. En este terreno, cada uno puede pensar en sus “tempestades” personales, sin duda poco importantes, pero no por eso menos desagradables en la vida de cada día.
En esas tempestades el Señor pone a prueba nuestra fe y también, nuestra oración constante y confiada a la Virgen María, Madre de la Iglesia: cuando todo va bien y, más todavía, al enterarnos de alguna noticia que nos preocupe o nos entristezca.
Al igual que a los discípulos, muchas veces nos sucederá que vivimos en medio de tormentas.
Y las tempestades de nuestra vida, nuestras miserias y caídas, nuestras derrotas y fracasos, la enfermedad y el sufrimiento, sacan a la luz nuestra vulnerabilidad. Y a la vez dejan al descubierto dónde hemos puesto nuestras seguridades.
Ante las tormentas de la vida, el cristiano puede tener una actitud que espera la intervención continua, constante, invasiva de Dios. O bien, tener una actitud de fe.
El Señor nos pide una maduración interior: Pasar del niño que se queja y se enfada porque parece que su padre no le hace caso, al niño que confía, que se abandona en los brazos de su padre.
En la vida de un cristiano sucede lo mismo que al niño que aprende a caminar. Un paso, otro, se cae, se levanta. Siempre bajo la atenta mirada de su padre, que le anima, le levanta, pero no le lleva en brazos a todas partes para que no sufra.
En nuestras tempestades, tenemos que acudir al Señor, refugiarnos en Él, porque siempre está a nuestro lado, pero no tanto para que nos quite esa tempestad, sino para que nos ayude a crecer, a madurar. Quizá en esa tempestad, somos la mano amiga que ayuda a caminar a los demás; la barca donde pueden encontrarse con ese Dios que nunca se olvida de nosotros.
(Frases extractadas de https://opusdei.org/es-py/gospel/evangelio-domingo-decimosegunda-semana-tiempo-ordinario-ciclo-b/ y https://opusdei.org/es-py/gospel/evangelio-sabado-tercera-semana-tiempo-ordinario/).