Hoy meditamos el Evangelio según San Marcos (14, 12a. 22-25).
En esta oportunidad, el papa Francisco nos recuerda que los sacramentos son el cuerpo, la carne, la voz de Jesús, perpetuados para nosotros.
Así él se ha hecho el más cercano, el más accesible, el más realmente presente. Lo podemos tocar, ver y escuchar durante toda nuestra vida, ahora mismo y siempre que queramos. Él se entrega a nosotros, se nos da, se pone en nuestras manos.
El Evangelio nos habla sobre la eucaristía, que es un memorial de la Última Cena, el sacrificio de la cruz, una acción de gracias, un banquete, una presencia real de Jesucristo. Cuando nos sentimos solos, encerrados en nosotros mismos, tristes, pesimistas, entonces basta venir junto a él, saciarnos con él, y nuestra alma conocerá de nuevo la gracia, la alegría, la paciencia, el amor.
Cuando nos falta la fe, alimentémonos con la fe en él y sorprendidos notaremos, cómo empieza a nacer en nosotros una nueva fe que no viene de nosotros. Cuando no tenemos ni amor ni caridad, acerquémonos a su mesa para que él cambie nuestro corazón y nuestra entrega al darnos su alimento celestial.
Al haber comido ese cuerpo sobrenatural ya no somos los mismos. Otro se ha puesto a vivir en nuestro lugar. El mismo Jesús nos abre a Dios, a nosotros mismos, a los demás.
Por estas razones, el Santo Padre nos invita a prepararnos para recibir la eucaristía, buscando más el silencio, la serenidad y la paz interior, alejándonos del ruido del mundo y abriendo el corazón.
En su corazón podemos encontrarnos con cada hombre: con nuestros padres, con los hijos, con el cónyuge, con todos los que amamos, e incluso con nuestros muertos. A todos ellos los podemos encontrar en la misa, en una buena comunión. Y la gracia, como un río, circulará de nosotros hacia ellos y de ellos hacia nosotros”.
(Frases extractadas de https://es.catholic.net/ op /artículos /41719 /cat/901/invitado s-a-la-mesa-de-diosl