El denominador común entre los empresarios fue la sorpresa, como si el proceso del socialismo organizado internacionalmente, instalándose en cada país vecino, jamás llegaría. Esa arrogancia extrema del empresariado burgués que asume que sus privilegios son intocables y representan un derecho adquirido les lleva a enfrentar el futuro como sordos, ciegos, mudos, sin reconocer su entorno.
Me viene a la mente la frase de Stephan Schmidheiny: “No pueden existir empresas exitosas en sociedades fracasadas”. Es preciso comprender que es empresario toda persona física o jurídica que, a través de capital o trabajo, genera riqueza empleando a otras personas para el cumplimiento de sus objetivos. En este sentido, el Estado tiene la deuda moral del trabajo mal hecho, pues la informalidad económica tiene como consecuencia que muchos trabajadores no reciban un salario decente y no estén cubiertos por el sistema social de salud y jubilación. Esta situación es injusta, pues es condenable quien gana dinero a costa del trabajo ajeno sin reconocer su aporte, es una perversa forma de esclavitud moderna.
La mala administración de los gastos públicos aumenta la grosera inequidad existente entre los pocos que tienen mucho y los muchos que tienen poco, lo cual resulta un foco inminente de insatisfacción social. Sin educación o con una lamentable educación básica, condenamos a nuestros compatriotas a repetir círculos de pobreza de generación en generación. La manera de agregar valor en la economía actual es a través de la capacitación y cuanto más especializada sea, mejor. Sin embargo, el sistema educativo es caótico y de bajísimo nivel académico, basado en beneficios personales y protecciones políticas, mientras que pareciera ser que nadie piensa en los niños, quienes, en lugar de ser considerados sujetos de derecho, solo son objetos de un sistema corrupto y malintencionado.
Es por esto que en el país hay desconfianza en el sistema, desprestigio de las instituciones y un sector de seudoempresarios acomodados con el poder de turno que negocian contratos a medida. El pueblo, decepcionado y sin liderazgo, se pierde entre una clase media cada vez más escuálida, entumecida y endeudada sin poder mantener su calidad de vida, fundiéndose con quienes a pesar del esfuerzo diario siguen en la franja de pobreza, padeciendo el peligro de las calles y el denigrante transporte público.
Si los verdaderos y buenos empresarios no se despiertan a tiempo para reconocer la dignidad del trabajo como requisito para la construcción de acuerdos sostenibles, y no transforman sus cadenas de valor desarrollando vínculos honestos con los stakeholders, probablemente engrosaremos la sensación de “sorpresa anunciada” cuando se dé el voto castigo de los excluidos, o de quienes no se sienten incluidos, a causa de un sistema que los ignora y maltrata.
No actuemos como Poncio Pilatos; en nuestros compatriotas veamos al Señor Jesús para actuar en coherencia con nuestros valores cristianos.