Desde hace años se viene alertando acerca del modelo económico paraguayo por sus problemas de sostenibilidad económica y ambiental, como por el alto nivel de conflictividad social que conlleva.
En los últimos años, se venían observando señales sobre su casi nulo efecto en algunos ámbitos e impacto negativo en otros. Si bien parte de la reducción de la pobreza de la última década se debió al crecimiento económico, el alto nivel de desigualdad económica persiste, la creación de empleos de calidad no es suficiente para satisfacer las exigencias del bono demográfico y los niveles de ingresos son extremadamente bajos.
Adicionalmente, la alta dependencia de factores exógenos –como el clima y la demanda internacional– hizo que el PIB tuviera un comportamiento exageradamente volátil, poniendo límites a la capacidad de los agentes económicos de realizar proyecciones de ahorro e inversión a largo plazo.
El crecimiento basado en la exportación de productos de bajo valor agregado, además de tener escaso impacto en la economía de la mayoría de las familias trajo consigo un daño ambiental invaluable si consideramos los altos niveles de deforestación y contaminación.
Las consecuencias de la contaminación en las personas han sido denunciadas con poco resultado en Paraguay; sin embargo, en las últimas semanas una demanda judicial por un caso de cáncer derivado del uso de agroquímicos contra una conocida empresa multinacional ganó en EEUU y sienta un importante precedente. Este agroquímico es importado y utilizado en grandes cantidades en Paraguay, a pesar de estar clasificado como “posiblemente cancerígeno” en la lista de un conocido organismo internacional.
La conflictividad social y política que genera este modelo no contribuye a condiciones estables para el desarrollo. La estabilidad económica es claramente insuficiente. El buen funcionamiento de la economía y su impacto en la población requiere cohesión social y seguridad jurídica, factores escasos en Paraguay.
Los conflictos por la tierra, los privilegios tributarios, los conflictos de intereses y el tráfico de influencia que incluyen la vigencia de este modelo en Paraguay corroen los pilares de una trayectoria hacia el desarrollo, ubicándonos como país en los últimos lugares de la mayoría de los índices internacionales.
Este modelo que siempre fue poco inclusivo, empezó a mostrar su insostenibilidad. El nuevo Gobierno debe presentar a la ciudadanía en el corto plazo algunas señales positivas acerca de las medidas que podría implementar para iniciar el cambio. Mantener las cosas como están solo llevará a profundizar las condiciones en las que asumió el Gobierno: pobreza y desigualdad estancadas, alto crecimiento de la deuda externa, pésima gestión de los servicios que valora la gente, como la salud, la educación, la protección social y el transporte y, probablemente, una cada vez más importante movilización ciudadana derivada de la insatisfacción económica y del hastío por la corrupción y la ausencia de compromiso de las autoridades.