Un país es por sobre todo sueños compartidos.
Es hacer aquello que se adelanta a los tiempos, que sintetiza el anhelo de la gente y que resume fundamentalmente sus aspiraciones más profundas.
Un país es construir el ideal compartido de todos en el tiempo oportuno y con las convicciones más altas, a pesar de las adversidades.
El supremo dictador Gaspar Rodríguez de Francia, por eso, sintetiza el anhelo de la independencia con honradez, el presidente Carlos A. López la modernidad y el recordado líder liberal Eligio Ayala la administración austera, inteligente y planificada de los recursos públicos.
Es lo que se llama: Legado.
Lo que un mandatario deja para que sea recordado en la posteridad.
Es también una de las grandes fuerzas que llevan a una persona a decidir ponerse al frente de una nación.
Si hoy el actual presidente de la República, Mario Abdo Benítez, se preguntara cómo sería recordado en la posteridad, es probable que las respuestas no lo dejen dormir ni vivir en los muchos años que quizás le quedan de vida todavía.
Cuando acabe, será demasiado joven para olvidar todo aquello que no pudo ni supo cómo hacerlo.
Su debilidad de carácter buscará culpables de afuera para no asumir la propia.
Acusará a la actual pandemia del coronavirus de haber destruido su legado, cuando en realidad ella hubiera sido el gran disparador del cambio, en un país anhelante de nuevos derroteros.
Este era el tiempo para reformar el corrupto y adiposo Estado que tenemos, de transformar por completo el sistema sanitario y de la educación, de castigar de forma implacable a los corruptos y ser absolutamente intolerante con quienes solo pretenden medrar con los recursos públicos.
El actual mandatario tenía todo para hacer lo mejor para este país.
Tuvo como aliada a la parca. Acaso el vector que marca nuestro itinerario como nación.
¿Quién se hubiera opuesto a las urgencias de ella y menos aún en medio de las turbulencias de esta pandemia?
No lo hizo.
El presidente se refugió en rutas y puentes donde las sospechas de amaño y corrupción lo tienen a él como protagonista y en donde el beneficio colectivo es absolutamente intrascendente ante los más de 100 muertos por día que nos deja la pandemia de Covid-19.
Mario Abdo Benítez será recordado como el presidente de la muerte, de los amaños, de los amigos cuervos, de las hienas pestilentes, de los privilegios a un sector público degradado e inútil.
Asustado, aterido e incapaz ha dejado pasar la gran oportunidad de construir sueños colectivos.
De transformar todo aquello que había dicho en campaña sería su derrotero.
Ahora es tarde.
El imaginario colectivo se encuentra sumergido en llantos, en pobreza y desolación mientras como un espectro deambula de aquí para allá, inaugurando pavimentos en medio del coro de las ánimas que le reclaman y lo acompañarán de por vida.
Cuando todo esto haya pasado, habremos retornado a la misma normalidad cuyas consecuencias solo han traído muertes y desencantos.
Ante la mayor sacudida de nuestra historia no pudo, no quiso y no supo dejar un recuerdo de alguien que al menos se animó a ser distinto a lo que muchos siempre sospecharon que no podía ser.
Hoy el imaginario colectivo solo refleja el fracaso y su proyección: Oscuridad.
Volvimos a repetir nuestra trágica historia.