El paraguayo es un ser especial. Es solidario, servicial, ayuda a los demás, acoge al extraño en su casa y le brinda todo tipo de atención. En fin, varios otros atributos que los extranjeros ven en nosotros, que los hacen querer nuestra tierra, nuestra gente, y se quedan a vivir en este bendito país.
Durante esta pandemia, eso se vio con las innumerables rifas, polladas, milaneseadas y otras actividades que sirvieron para ayudar a los que tenían familiares enfermos por el virus, y que necesitaban auxilio económico. Es más, incluso, varios de los jóvenes se destacaron en el servicio que prestaron a los pacientes.
Sin embargo, tampoco podemos desconocer los defectos del paraguayo, a veces incluso chauvinista, con poco apego a la ley, con esa tendencia hacia la corrupción y a no respetar las reglas, como decía Helio Vera, en su En busca del hueso perdido (Tratado de paraguayología).
La semana pasada hubo dos hechos que realmente mostraron nuestra faceta negativa.
Lo primero se vio cuando un diputado, aquejado por una enfermedad, y por la que debe hacer un tratamiento continuado de varias sesiones, no pudo asistir al juicio oral que se iba a celebrar.
Ante esta situación, los jueces enviaron a un médico forense que lo inspeccionó y luego se presentó en la audiencia para explicar su dictamen que confirmaba la enfermedad. También certificó su estado de salud y que no estaba en condiciones de afrontar una audiencia, en forma presencial ni por vía telemática.
Las explicaciones fueron bastante claras, precisas, con amplios detalles de las secuelas del tratamiento que dejaban a la persona débil, cansada, con bajas defensas, y que, incluso, era peligroso para su recuperación el someterse a un juicio oral.
No obstante, no solo en redes sociales, sino en vivo, se dijo que era una chicana más, que el legislador se salió con la suya, que debía hacerse a como dé lugar el juzgamiento público, por “corrupto”, según decían.
Es más, cuando más cosas se decían, parecía que querían demostrar que estas personas eran “verdaderos paladines de la Justicia”, que no toleraban la “corrupción”, y que eran “implacables“.
El segundo hecho fue la muerte de un ex legislador, condenado en dos juicios, aunque ninguno de los fallos está firme ni ya lo estará.
Apenas se supo del deceso, en redes sociales, y en vivo, algunos se alegraron, festejaron la muerte, aunque criticaban que no “haya pagado todas sus culpas”.
Claro que hubo excepciones, pero varios se alegraron de la muerte de esta persona, y calificaron prácticamente de corruptos a los que estaban tristes por el desenlace que se dio.
En las redes se dijo de todo, claro, también para “demostrar” que todos eran, como dije, “implacables con la corrupción”.
La pregunta que cabe ante estos hechos es: ¿Cuándo perdimos nuestra humanidad?
Es que en el primer caso, si varios médicos expertos dicen que la persona está enferma, se somete a un tratamiento y que no puede estar en juicio, cómo podemos decir luego que es una chicana.
Solo los que tuvimos familiares que se fueron por esta enfermedad sabemos que es verdad lo que dice sobre las secuelas del tratamiento que en cada sesión te quita un poco de vida.
En el segundo caso, cómo puede ser que nos alegremos de la muerte ajena. Acaso no somos todos mortales que también tendremos un final en este camino. Si no lo queríamos, si llegamos al punto de odiarlo y desearle la muerte, es que tenemos un problema. Deberíamos respetar el dolor ajeno.
Seguro que las personas que no están de acuerdo con estas líneas, dirán de todo. Pero debemos rescatar esas virtudes que los extranjeros ven en nosotros, los paraguayos, y que a veces nosotros no apreciamos. Apelo al paraguayo que es un ser especial. Apelo a que nunca perdamos la humanidad.