ÚLTIMA HORA en Buenos Aires
Por Andrés Colmán Gutiérrez. Foto: René González
"¿A la Villa 31...? ¡Nooo, ni loco! Está llena de chorros (ladrones). Con el taxi no entro allí. ¡Ustedes, si tienen suerte van a salir vivos!”
El taxista porteño nos deja frente a la vieja Estación Retiro y muestra la calle para entrar al sitio donde viven los paraguayos. Le pide al fotógrafo que guarde su cámara, porque se la van a “afanar” (robar).
La gran terminal de ómnibus es un mundo frenético de gente que viene y va, con bolsos y sueños a la espalda. En la entrada hay un hombre con un canasto de chipas, gritando a voz de cuello: "¡A la rica chipa paraguaya! ¡Dos por un peso...!”
Se llama Gabriel Candia, es atyreño y hace 20 años que vive en Argentina. “Vendo hasta quinientas chipas por día. Estoy desde la madrugada. Casi todos mis clientes son compatriotas. ¡Hetaiteréi la paraguayo oî! (¡Muchísimos paraguayos hay!)”, comenta.
Una chica joven se acerca y compra varias chipas. Le pregunto si es paraguaya. Ella ríe, baja la cabeza y se escapa. “Es koygua, tiene vergüenza. Aquí las mujeres no quieren contar que son paraguayas, se hacen pasar por argentinas”, apunta Gabriel.
El fotógrafo toma varias imágenes con su cámara. Un policía argentino lo ve y se acerca. Quiere saber quiénes somos, qué hacemos allí. Le muestro mi credencial y le cuento que estoy haciendo notas sobre los migrantes paraguayos.
"¿Querés conocer a una paraguaya valé, que vive en la villa?”, me pregunta. Le digo que sí. Él se presenta como Sergio Osvaldo Ríos, oficial de la Policía Federal Argentina, ex combatiente de la Guerra de las Malvinas. “Mi mujer se llama Zulma y es paraguaya. Yo estaba muy mal, me quería morir, y ella me levantó con su amor, me hizo nacer de nuevo. Es una gran mujer, le debo todo. Vengan conmigo a la villa, para que vean cómo viven sus compatriotas, que son humildes pero muy trabajadores”, invita.
EL PEQUEÑO PARAGUAY. Así se conoce a la Villa 31 Bis, de Retiro. A medida que uno ingresa por una estrecha calle entre apretujadas casas de ladrillo y cemento, el ambiente se vuelve familiar: polca, cachaca, conversaciones en guaraní, gente que toma mate o tereré, vendedoras de sopa paraguaya o chipa guasu, banderines de Olimpia y Cerro Porteño.
En una de estas humildes moradas vive el policía Sergio con Zulma Ortiz, y los tres hijos de ella: Osvaldo (17), Gonzalo (11) y Rodrigo (10), además de Martín (3), un sobrinito que trajo del Paraguay porque estaba en grave estado de salud.
Zulma es morocha, menudita, y a pesar de que ya lleva cerca de 20 años en Argentina no ha perdido su acento paraguayo. “Vine de mi pueblo, Maciel, en Caazapá, cuando tenía 16 años. Me trajo una tía para trabajar como empleada doméstica. Mis padres eran campesinos agricultores y éramos muy pobres. Sufrí mucho, no conocía nada, pero aquí aprendí a salir adelante, trabajando con mucho sacrificio”, cuenta, mientras convida un rico mate “con yerba paraguaya”.
“Estuve 14 años casada con un paraguayo que conocí acá, en Buenos Aires, el papá de mis hijos. Era muy celoso y me maltrataba mucho. Finalmente lo dejé, vendí la casita que tenía en otra villa y volví al Paraguay, con un poco de plata. Eso fue en 1999. Pero allá encontré mucha mayor pobreza y mis hijos no se acostumbraban. Aquí en la Argentina por lo menos tenés hospital gratis, escuela gratis, el Gobierno de la ciudad te da un plan de ayuda de 400 pesos al mes. Allá no. Allá te podés morir de hambre o de enfermedad y nadie te socorre”, destaca.
Por eso, hace 8 años ella tomó sus pertenencias, a sus tres hijos pequeños y regresó a la Argentina. Su historia sigue...
Ahora, rumbo a España
Está decidida. Zulma Ortiz va a dar otro paso en su destino de paraguaya migrante, y desde Buenos Aires irá rumbo a España. “Me voy a ir por un año, por lo menos, para trabajar y ahorrar dinero, porque aquí en Argentina ya no hay esa posibilidad. Ya tengo todo arreglado y la Virgen de Caacupé me va a ayudar. Voy a sufrir lejos de mi marido y mi familia, pero quiero pagar todas las cuentas y comprar una casita en la provincia, para que mis hijos salgan de la villa. También quiero volver a ver a mis dos hijos, ya mayores, que viven en Paraguay y a los que tuve que abandonar cuando eran chicos, porque yo era muy pobre y no me podía hacer cargo de ellos”, confiesa, entre lágrimas.