La curación del sordomudo nos puede servir para considerar cómo en la vida espiritual el Señor es capaz de hacer que se vuelvan a abrir los oídos del corazón y se desate su lengua. El Evangelio dice que aquel pobre enfermo es llevado a Jesús por otros: probablemente sus allegados habrían intentado todo tipo de medios para curarlo, pero con poco éxito. Ahora se limitan a propiciar ese encuentro personal con Jesús.
Esto también sucede en la vida espiritual: en ocasiones, podemos sufrir al ver amigos que se aíslan, que no quieren hablar de sus problemas ni oír razones para cortar con lo que los aleja de Dios. ¿Qué hacer? Favorecer el encuentro personal con Cristo: primero, con la oración y la mortificación, después quizá con un comentario abierto, que invite a reflexionar personalmente; así, esos amigos pueden avanzar por un plano inclinado, como decía san Josemaría.
Jesús apartó de la muchedumbre al enfermo antes de realizar el milagro. Para entrar en contacto con el Señor, muchas veces es necesario apartarse de lo que produce ruido. No es tanto el rumor exterior, sino el interior: el que se provoca cuando se pierde el equilibrio y se da rienda suelta a todas las peticiones de la vista, el gusto, la comodidad… Un primer paso para la conversión suele ser el reconocer que una vida vertida hacia afuera produce un vacío interior en el que solo se escucha un ruido inconsistente.