La sierva de Dios Guadalupe Ortiz de Landázuri será beati-ficada el próximo sábado 18 de mayo en Madrid, la tierra en la que nació el 12 de diciembre de 1916. Quienes la conocieron señalan que la futura beata amaba la vida que Dios había escogido para ella; “la hizo suya y fue feliz”.
Cuentan que siendo joven, sufrió la muerte de su padre, que afrontó con serenidad y firmeza. A pesar de las dificultades, decidió continuar con sus estudios de Química y seguir una profesión que era poco frecuente en las mujeres de su tiempo; luego se dedicó a la enseñanza, donde puso en juego todas sus cualidades.
“Cuando conoció a san Josemaría Escrivá y descubrió que Dios la llamaba a vivir su vida cristiana según el espíritu del Opus Dei, no dudó en entregarse generosamente para seguir la invitación a alcanzar la santidad en la vida cotidiana”, relata Monseñor Fernando Ocáriz.
Guadalupe –sigue– permaneció abierta a lo que Dios le iba pidiendo en cada momento: dejar por un tiempo su profesión para retomarla más tarde, viajar a México para empezar la labor apostólica del Opus Dei en América, seguir con la enseñanza, comenzar a una edad avanzada la tesis doctoral.
“El ejemplo de Guadalupe puede ser una luz, un impul-so para afrontar como camino de santidad la vida corriente, con sus proyectos, ilusiones, desafíos, planes más o menos previstos, pero en la que hay también cambios, dificultades y problemas inesperados”.
Recuerda a Guadalupe como una persona alegre, valiente, decidida, emprendedora, acogedora. La certeza que tenía de la cercanía de Dios, de su amor por ella, la llenaba de sencillez y serenidad.
Esta química madrileña –dice Ocáriz– hizo compatible una vida profesional intensa con el trato con Dios y con el servicio a los demás. “Sus numerosas cartas nos hacen ver cómo intentaba poner a Dios en primer lugar y, aunque no siempre lo lograba, recomenzaba cada vez con nuevo empeño.
Señala que la futura beata es también un modelo de cómo descubrir a Dios, en nuestra labor bien hecha. Era consciente de que podía hacer presente a Dios en su actividad profesional, y en ella y a través de ella, darle a conocer a los demás. El amor de Dios y su afán profesional la impulsa-ban a implicarse en las necesidades sociales de su tiempo; no le eran indiferentes los sufrimientos de los demás y esto la animó a llevar adelante iniciativas de desarrollo social tanto en su país como en México.
Sufrió durante muchos años una enfermedad cardiaca que la hacía sentirse cansada y hasta agotada, pero eligió abrazar esa dificultad y sonreír, quitándose importancia, describe monseñor Ocáriz. Falleció el 16 de julio de 1975 en Pamplona, a los 58 años. Su beatificación la presidirá el cardenal Angelo Becciu.