Cuando el Estado pretende o asume roles que le corresponden a la sociedad, esta se infantiliza políticamente, se debilita y hasta se puede volver víctima de sistemas corrompidos, como lo vemos en su extremo en Venezuela, por ejemplo.
Cuando la persona y la familia ceden a la sociedad o al Estado lo que le corresponde, lo que es de su competencia, ocurren desequilibrios. Claro, la sociedad y el Estado deben velar por que cada persona pueda tener las oportunidades necesarias para vivir una vida decente, donde pueda aportar su creatividad y trabajo para el bien común. Los ciudadanos le cedemos al Estado nuestro derecho a defender nuestras posiciones por la fuerza, con tal de que su organización garantice el acceso a la justicia, la igualdad ante la ley, la participación y la seguridad mínimas para que cada quien con su familia desarrolle su vida en paz y con sentido de solidaridad.
Pero este principio, que apunta a la dignidad de la persona, está siendo cuestionado y, en la medida en que se extienden ciertas influencias, es dejado de lado por la gobernanza, que es un estilo de gobierno globalista que se viene imponiendo desde los años 90, en el cual se tiene más en cuenta la geopolítica a la hora de establecer planes y evaluar la eficacia de la intervención del Estado en los ámbitos privados y sociales. La gobernanza es una nueva forma de gobernar en la que el principio de subsidiariedad agoniza y muere. Así, el Estado y sus asesores, en red con poderes externos basan su intervención en todos los temas sociales en objetivos geopolíticos que pueden o no contemplar los valores, la historia y la autonomía de los pueblos. Esta gobernanza se está haciendo sentir con gran fuerza en la pandemia, por ejemplo, y, a grandes rasgos, se puede captar bien en los liderazgos de sectores de poder geopolítico global contrapuesto: Trump, Putin, el gobierno comunista chino, los gobiernos de Japón y de Alemania y sus respectivos aliados continentales, en las llamadas pan-regiones. De esta forma nos llegan planes de gobierno y agendas que afectan directamente a nuestra educación, cultura, leyes, incluso a la orientación de la reforma del Estado, en las que los protagonistas ni siquiera son consultados. El discurso propagandístico y la distracción social, además de la corrupción, son su caldo de cultivo. ¿Quién no ha tenido la tentación de ceder su espacio de libertad para que otros le solucionen todo rápido y sin esfuerzo? Pero nunca resulta. Porque el poder no da nada gratis, y lo que pide a cambio puede dañar gravemente nuestra libertad y soberanía. Los paraguayos debemos ir con agenda propia y espíritu subsidiario, si no queremos ser sometidos a nuevas colonizaciones.