Por Pa’i Oliva | oliva@rieder.net.py
Parece una historia de nunca acabar. O, mejor dicho, un rompecabezas en el que se introduce siempre una pieza que no encaja.
Algo que no va a tener solución, aunque israelíes y palestinos saben en el fondo que están destinados a entenderse un día.
Comenzó con mucha ilusión de hacer un hogar para el pueblo diezmado por los nazis. Y se ha consolidado despojando de una casa a otro pueblo numeroso, pero sin tantos medios.
Y comenzaron las grandes o pequeñas batallas. Y a morir cinco por uno. Y el mutuo sectarismo.
Los dos tenían derecho a vivir. Pero no lograron entenderse. Y creció el odio mutuo. Y las venganzas a pedradas y cohetes o con devastaciones.
Y en ocasiones esto se intensifica porque, en una de las partes hay elecciones y los candidatos quieren asegurar los votos, mostrándose duros con el adversario.
Lo triste, y lo que la opinión mundial rechaza, es que sigan muriendo israelíes en un ambiente de miedo a los cohetes, y más de quinientos palestinos en una represión totalmente desproporcionada.
En este conflicto, las dos partes están haciendo difícil la solución, pero Israel ha roto el dique de la humanidad.