En este pasaje del Evangelio se distinguen claramente dos partes. En la primera, Jesús habla de la fuerza eficaz que tiene la fe. En la segunda, ilustra con un ejemplo el hecho de que la fe, si es verdadera, ha de manifestarse en una actitud de servicio desinteresado.
Las palabras de Jesús acerca de la fe en la primera parte, son análogas a las recordadas por Mateo y Marcos en sus evangelios. Allí se dice que quien tenga fe podrá decir a un monte: “Arráncate y échate al mar”, y la montaña le obedecería (cf. Mt 21,21 y Mc 11,22-24). Aquí se expresa, de modo muy gráfico, que bastaría una fe “como un grano de mostaza”, una semilla pequeñísima, de apenas un milímetro de diámetro, para decirle a una morera: “Arráncate y plántate en el mar”, y que obedeciese. La morera es un árbol grande, con raíces poderosas y extendidas, muy difícil de arrancar, y, además, imposible de hacerlo crecer en el agua.
El ejemplo de la morera, firmemente sostenida con fuertes raíces, está muy en consonancia con el modo en que Jesús comienza su respuesta: “Si tuvierais fe…”. La palabra “fe”, en hebreo ’emunah, tiene la misma raíz que el verbo “creer” (he’emin) que también significa “estar bien afianzado”, “tener fortaleza”. Lo que Jesús quiere expresar está bastante claro: La fe proporciona un apoyo sólido que permite afrontar retos impensables, tareas grandiosas, humanamente imposibles. A quien tiene fe, esto es, al que se apoya confiadamente en Dios, no hay nada que se le resista, por eso dirá Jesús en otra ocasión que “todo es posible para el que cree” (Mc 9,23).
Un requisito básico de la fe que proporciona fortaleza con el apoyo de Dios es la humildad, que implica el reconocimiento de la propia debilidad. Dios es el protagonista de la historia de la salvación y nos invita a colaborar en ella como buenos servidores suyos: De eso habla la segunda parte de este pasaje evangélico. A quien sirve desinteresadamente a los demás por amor a Dios, “le aliviará saber –dice Benedicto XVI– que, en definitiva, él no es más que un instrumento en manos del Señor; se liberará así de la presunción de tener que mejorar el mundo –algo siempre necesario– en primera persona y por sí solo. Hará con humildad lo que le es posible y, con humildad, confiará el resto al Señor. Quien gobierna el mundo es Dios, no nosotros” (1).
El ejemplo que propone Jesús en la segunda parte de este pasaje, en un texto propio de Lucas, enseña que fe y servicio no se pueden separar, sino que están íntimamente unidos. Un servicio intenso y sacrificado, como el de aquel servidor que trabajó toda la jornada y al regresar a casa, cansado y hambriento, todavía se puso a preparar la cena a su amo, sin quejarse y sin pensar que hacía nada extraordinario. El ejemplo que propone Jesús es muy exigente. (...)“El Hijo del Hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida en redención de muchos” (Mc 10,45). La fe hace milagros, pero cuando se manifiesta en hechos de servicio, siguiendo el ejemplo de Jesús. Por tanto, no estamos llamados a servir para tener una recompensa, sino para imitar a Dios, que se hizo siervo por amor nuestro.
San Josemaría, consciente de que una fe que se manifieste en obras de servicio es un don sobrenatural que solo Dios puede infundir e intensificar.
(https://opusdei.org/es-es/gospel/2022-10-02/).