Saben adónde voy, saben con quiénes me reúno. Pretendo escapar de las observaciones, alterando los horarios de mis salidas, cambiando la frecuencia con que subo a los autobuses, los caminos que escojo para ir al trabajo o a la casa, pero nada ha tenido resultado. Pienso en denunciar el hecho ante los organismos competentes, pero también sé que estos espías tienen demasiado poder como para que la Policía Nacional o el Ministerio Público puedan hacer algo.
Nadie me hace caso, todos creen que la situación es normal que nada más se puede hacer para que las cosas sean diferentes. Yo reitero que no puede ser que me estén siguiendo, que estén escuchando mis conversaciones, que sepan hasta qué escribo en una computadora o en un teléfono celular, o incluso los “patrones” y hasta “ritmos de pulsación de teclas” que presiono.
Es el mundo real no quiero que tengan mis fotografías, ni mi información personal, ¿y el derecho a la privacidad, o a la intimidad? ¿Por qué el Estado no está haciendo lo suficiente para proteger a sus ciudadanos de estos espías? ¿Por qué ingresan al país como si nada y hacen de las suyas con personas como yo?
Dicen que todos saben que estos espías están en todas partes, pero cómo es que no hacen más para combatirlos. No es justo que sepan tanto, hay datos sensibles como cuentas bancarias en juego, o información personal que es utilizada para estafas y otros delitos más graves. Seguro que ya imaginan quiénes son, sí, las redes sociales.
Esta narración es también a propósito de la virulenta campaña electoral sin cuartel en internet, donde la difamación, la calumnia y los insultos están a la orden del día, con perfiles falsos andando por ahí como si nada, porque las multinacionales poco y nada han hecho para combatir realmente esta situación. No se puede permitir tanta violencia, ese también es el mundo real, ¿o acaso consentiríamos que alguien nos insultara en la calle todo el tiempo como si nada?
Este comentario también es a propósito de Elon Musk y “su” Twitter, donde de un día para otro, por ejemplo, aparece otro logo, aunque en su propia página afirman que “nuestro logotipo es nuestro elemento más reconocido. Y por eso lo protegemos tanto”. Menos mal. Donde de pronto empiezan a cobrar por el tic azul, seguramente para recuperar algo por el cohete Startship.
Para muestra un botón. Así de macabro es parte de los “términos de servicio” de Twitter: “Al enviar, publicar o mostrar contenido a través de los servicios, nos otorga una licencia mundial, no exclusiva, libre del pago de derechos (con derecho a sublicencia) para usar, copiar, reproducir, procesar, adaptar, modificar, publicar, transmitir, mostrar y distribuir dicho contenido en todos y cada uno de los medios de comunicación o métodos de distribución posibles, conocidos ahora o desarrollados con posterioridad (a efectos aclaratorios, estos derechos incluyen, por ejemplo, los de curaduría, transformación y traducción)…”. Es una firma en un cheque en blanco. Ojalá quienes fungimos de periodistas pudiéramos dejarlo.
No olvidemos las condiciones de otras como Facebook, WhatsApp, Instagram, TikTok, Microsoft y más. Ahora para colmo está ChatGPT, y la regulación existente no alcanza.
Por eso quiero en este pequeño espacio mencionar la importancia del software libre y también el de código abierto. Solamente así podremos auditar lo que están haciendo. Así como la transparencia es vital para combatir la corrupción, también es imprescindible para disminuir el negativo impacto de estas empresas que lucran con nuestros datos sin darnos un guaraní.
Espero que quienes sean electos para el próximo Congreso tengan en cuenta estos argumentos, y que el Poder Ejecutivo proponga planes para cuidar a sus ciudadanos también en este aspecto. El peligro que albergan las redes no es ficticio. Y no se trata de censura, sino de control. Ya bastante han hecho a su antojo.
Por esto y mucho más vaya a votar el próximo domingo. Hágalo pensando concienzudamente, y exija después acciones a las autoridades. Que sean botados si nada hacen.